Cuando la película argentina El secreto de sus Ojos ganó
todos los premios, incluso el bullicioso Oscar de la mequita industrial Holywood,
los medios locales optaron por posar la mira únicamente en el cine de su director
Juan Campanella y no en la totalidad del cine argentino. Detrás de “El secreto
de sus ojos”, la gran película nacional, se arma otro debate con relación así
creer en el cine argentino o no. En esa línea, este blog Doc9 encaró otro de
sus encuestas con una consigna ¿Cuál es
la mejor película argentina de la última década 2000/2010?, que en el fondo
tiene otra intencionalidad, aunque la más votada, también fue, El secreto de
sus Ojos.
Al mismo tiempo que finalizaba la Segunda Guerra Mundial, los
Estados Unidos y la ex Unión Soviética, además de liberar al mundo de la gran
amenaza nazi, comenzaron difundir sus industrias y posicionarse aún más en el
mercado internacional. El puente fue el cine y si bien las producciones desde
Holywood venían creciendo a principios de los años 50 del siglo pasado, el
actual negocio mundial de exportación con recreación del cine, es el principal
producto estadounidense de exportación después de la tecnología aeroespacial y
la venta de armas.
¿Cuáles son los parámetros que logran medir si una película
es buena o es mala? El gusto es amplio y no hay nada escrito. Los trabajos
cinematográficos proyectados en la pantalla grande transitan por dos vertientes:
o son ideas culturales, con la intención
de transmitir un mensaje, una señar, dejar algo en las personas o son puramente
para entretener, lo que en la jerga se conoce como “pochocleras”. El número uno
en realizar estas películas principalmente son los Estados Unidos, cuyo fin es
vender una industria y bajar una línea hegemónica de sus propósitos.
En otros países, el cine intenta ser netamente cultural.
Sucede en Francia, en Italia, en Inglaterra, en México y en la Argentina , por apuntar
algunos ejemplos. Quizá la falta de económicos empuja a usar la imaginación.
En 1990, los
abanderados de un Argentina neoliberal, pobre para muchos, rica para pocos,
quebrada en su moral, en su economía, en su corazón, tuvieron que necesitar del
movimiento más grande de América, el peronismo, para terminar de destruir a un
país, cuya sentencia de muerte había comenzado en 1955 y con la muertes y
desapariciones de 1976. Se privatizaron los medios de comunicación –el grupo
Clarín el más beneficiado-, se vendió YPF, las Aerolíneas Argentinas, los
servicios, algunos traicionados desde adentro –los teléfonos de Entel, la luz
de SegBa- por citar algunos.
El llamado nuevo cine argentino tiene buenos trabajos. Su
pueblo responde. Tiene que ser bueno, como su industria, tras años de desguace.
Hay que volver a ganarse la confianza. Lo bueno debe ser bueno.
La consigna es un arma de doble filo, porque por un lado,
reduce la elección a las super producciones nacionales avaladas por los medios,
contando con el mejor actor de todos los tiempos, Ricardo Darín.
Porque el problema del cine argentino no es el cine poco
convencional que no va a ver nadie, sino las malas películas que, por una
promoción insistente, llenan salas, no le dan lugar a los buenos exponentes de
la industria local. Son las producciones yanquis –Hulk, El Señor de los
Anillos, Los Vengadores, entre tantos, pero también hay películas como Papá se volvió loco y muchas otras
películas de calibre similar, que cercenan a las películas con una mirada
nacional, cultura y más profunda.
¿Hay que hacer como
Francia, quien aplica un alto presupuesto a las películas importadas de
Hollywood o todas aquellas que provienen de otros países, en defensa del propio
cine? O el Instituto Argentino del Cine
debe intensificar los buenos trabajos nacionales, como Nueve Reinas, El Secreto
de sus Ojos, entre otros trabajos.
La pulseada, como siempre, es entre las dos concepciones,
aparentemente opuestas e irreconciliables, del cine como arte o espectáculo.
No hay Estados que nacen buenos y otros malos. Tampoco hay
que creerse que uno tiene mala suerte o que hay países mejores. Hay que creer,
meterse, jugarse. En el cine es igual. Seguramente, pueden convivir las dos
concepciones; la del cine como producto artístico y cultural, buscando ser entretenimiento,
y un buen producto de entretenimiento, no contenga menos méritos artísticos.
Los grandes premios, aún el ruidoso Oscar, lo obtuvo El
secreto de sus ojos, por sus grandes concepciones artísticas. El otro
ganador, La historia Oficial, adquirió
los galardones, por sus consideraciones políticas. Y ambas, fueron las mejores
películas por sus méritos puramente artísticos, como pocas veces ha ocurrido en
la historia del cine nacional que propone ser mejor cada año con más películas en cartel.