25/11/08

Buenas noches; buen provecho



Todo comenzó cuando en un taller de teatro tuve que basar mi personaje en un ex boxeador de caída libre. Así fue que vino a mi mente el protagonista de la película Gatica, el Mono, dirigida por Leonardo Favio…Pero quien era Gatica realmente?

Tenía 38 cumplidos pero parecía de 60 cuando murió. José María, el Mono, lo había visto casi todo. Esa imagen, tirado en la calle, borracho, víctima del accidente que lo llevaría a la muerte nada tenía que ver con quien había sido el gran campeón del “pueblo peronista”. A Gatica, la popular lo llamaba el Tigre mientras la “platea”, lo denominaban el Mono, apodo que se finalmente se perpetuaría en él.

Gatica debutó como profesional del box en diciembre del 45, venciendo a
Leopoldo Mayorano. Había llegado a la ciudad Capital argentina a los 7 años de edad proveniente de San Luis. Comenzó a ganarse la vida lustrando zapatos en Plaza Constitución. Así fue como de chico a piñas limpias defendía su espacio. La calle no perdona. Un día lo vio Don Lázaro, un peluquero que vivía por allí. Obnubilado por esas trompadas, el peluquero le ofreció a José conocer incursionar en el boxeo. Antes, Gatica comenzó a intercambiar golpes con los marineros extranjeros que pasaban su tiempo de entretenimiento a puro puños en un ring por un par de pesos ubicado en un bar de mala muerte del barrio San Telmo, cerca del viejo Puerto Madero.

Terminados los marinos, de la mano de Don Lázaro, el Mono comenzó una carrera boxística repleta de éxitos. Los empresarios del entonces miraban con éxito a este puntano que batía récords en el Luna Park cuando enfrentaba a su clásico rival, el rosarino Alfredo Prada. Con Prada se enfrentaron seis veces y ganaron tres cada uno. La última pelea, en 1953, significó la derrota de Gatica y el comienzo de su decadencia.
En 1950, el entonces presidente Juan Domingo Perón le había mostrado un gran aprecio; Perón era un aficionado al boxeo y pidió que se lo presentasen, Gatica, con desparpajo, lo saludó con una frase mítica: “General, dos potencias se saludan”. Incluso, ese Gobierno peronista financió el primer y único viaje de Gatica a los Estados Unidos en busca de un título mundial; la gira comenzó con éxito, derrotando por knock-out a Terence Young. Luego el campeón mundial de la categoría, Ike Williams, le ofrecería un combate sin poner en juego el título en el Madison Square Garden de Nueva York; fue en 195 y el Mono fue ampliamente derrotado.

Al regresar a la Argentina, entre 1952 y 1953 Gatica ganaría aún trece combates, El 16 de septiembre de 1953 su archirival Prada, lo derrotó duramente.
En septiembre de 1955 los militares derrocaron al gobierno democrático peronista. El gorilaje pisó fuerte en todos lados. La Asociación Argentina de Boxeo no fue la excepción y lo sancionó de por vida a Gatica con no pelear nunca mas en un ring. La Libertadora decía que el Mono era un “militante peronista peligroso”. Gatica era analfabeto, no votaba y sólo quería a su “Perón y Evita”, y curiosamente su reinado fue igual: 1945-1955, por Doc 9.
Gatica volvió a la pobreza, a diferencia de su eterno rival Prada, que dejó el box haciendo algún dinero.

Su ex rival Alfredo Prada lo invitó a trabajar a su restaurante, Los Campeones, ubicado en el corazón de la Capital porteña. La labor de Gatica consistía en estar en la puerta recibiendo a los comensales con un “buenas noches, buen provecho”. Un día, víctima de una burla de un cliente, renunció.
Martín Karadagián, un empresario mediático que había montado una troupe de luchadores, también quiso darle una mano a Gatica, invitándolo a combatir en un show realizado en la Bombonera, el estadio de Boca Juniors. El Mono, saldría lastimado de por vida en una pierna.

El 10 de noviembre del 63 fue a vender unos muñequitos a la cancha de Independiente. Su borrachera no le dejó hacer pie en el estribo del colectivo; lo que no pudieron la pobreza, el hambre, el desprecio, los militares, las piñas, Prada, lo pudo ese bondi que lo atropello.
Gatica no tenía amigos, sólo algunos tipos que estuvieron con él en su época buena, Nunca en la Federación Argentina de Box desfiló tanta gente como en su velatorio, ni siquiera la muerte de Ringo Bonavena, por Doc 9. Hombres y mujeres hicieron una colecta y compraron una corona que decía: "El pueblo a su ídolo". Dicen que el cuerpo tardó horas en llegar al cementerio de Avellaneda.

Buenas noches y buen provecho, Gatica, en este Apunte, tu recuerdo

15/11/08

Arbolito, el justiciero

- Usted será encarcelado en una cárcel de mujeres, porque además de injuriar la memoria de un héroe de la Patria, usted no es suficientemente hombre...
¿Qué había hecho Osvaldo para que lo manden a encerrar casi 2 meses; a que Prócer había ofendido?... la historia cuenta que en marzo de 1829 el entonces Presidente de las Provincias Unidas, Bernardino Rivadavia, priorizando los intereses de los estancieros sobre tierras vírgenes, designó por decreto a un mercenario oriundo de Prusia, llamado Federico Rauch; su misión exterminar: a los indios ranqueles, personas naturales de estas pampas americanas.
Los métodos de este matador que años atrás había servido a Napoleón Bonaparte, eran bastante sanguinarios; Rauch se ufanaba de su practicidad: "ahorremos balas, degollemos a los salvajes ranqueles, porque estos no tienen salvación sino no tienen sentido de la propiedad".
El prusiano había llegado a Buenos Aires y de movida arrasó con todo aquello que olía a aborigen nativo, mandando a violar a sus mujeres, destrozando su arte y cultura, arrebatando miles de cabezas de ganado. Rauch contaba entre sus hombres a los soldados que años atrás habían aprendido a asesinar en la Guerra librada contra el Brasil por la adquisición del territorio de la Banda Oriental (hoy Uruguay). El futuro golpista y -verdugo de Manuel Dorrego-, el general Juan Lavalle era uno de sus soldados preferidos.
Lo que no intuía el prusiano Rauch es que alguien estaba observando su modus operandi de la muerte. Sucede que una vez que el genocida terminaba su obra de destrucción, arengaba para donde haya arbustos y campo cerrado. Por semanas alguien, lo estaba mirando. Era un muchacho delgado pero robusto, alto y bien melenudo. De lejos, con su larga cabellera parecía un pino, su nombre Nicasio Maciel, más conocido como Arbolito.
Los días se sucedieron, Arbolito observaba, esperaba, y cuando pudo, tal un tigre esperando su víctima, boleó el caballo del prusiano genocida y degolló al General europeo.
La poderosa provincia de Buenos Aires lamentó la muerte del prusiano como nunca lo hizo con los miles de nativos que se exterminaron por sus órdenes. Hasta homenajeó al militar muerto denominando Ciudad de Coronel Rauch a una porción del territorio bonaerense. Pasaron casi 180 años del ajusticiamiento del genocida europeo. Pero en 1960, Osvaldo, que estaba investigando la matanza de cientos de obreros en la Patagonia a manos del gobierno del radical Hipólito Irigoyen casi 40 años atrás, comenzó a hurgar en la identidad perdida del justiciero Arbolito. Aunque muy poco se sabía de él, Osvaldo descubrió que su nombre era Nicasio Maciel, a quien Rauch le había asesinado a muchos familiares y amigos. Osvaldo comprendió que con Rivadavia y el prusiano comenzaba la “limpieza” de los verdaderos dueños de las tierras que cincuenta años después culminaría el dos veces presidente de la Nación, Julio Argentino Roca con su Campaña del Desierto.
Se avecinaba otro golpe de Estado en esa Argentina de 1962. En poco tiempo, la militar Revolución Argentina se iba a ser cargo del timón del Ejecutivo. Pero Osvaldo siguió su lucha, viajó a Coronel Rauch y contó la historia de Arbolito.
Apenas llegó a la Capital Federal fue detenido y enviado a la cárcel de mujeres. Al salir, la lucha por revindicar a Arbolito continuó. A Osvaldo siquiera pudo frenarlo los sucesivos golpes militares. Hace menos de un mes, en este 2008, vecinos de la ciudad de Azul, en Buenos Aires, impulsaron el cambio de denominación de una de sus calles, llamada Coronel Rauch, por el nombre de Arbolito. Osvaldo estuvo presente allí, junto al grupo musical de nombre Arbolito en reconocimiento al justiciero.
Este Apunte quiere ser un reconocimiento de la pelea que esta llevando el gran escritor Osvaldo Bayer, el autor de la Patagonia Rebelde, mentor de la campaña Awka Liwen que propone erradicar de todos los espacios públicos del país a los monumentos que homenajean al general Roca y denominar Arbolito a la localidad Coronel Rauch.
“Es increíble la forma como se repartió la tierra después de la Campaña del Desierto; alcanza con ver el resultado que sacamos del Boletín de la Sociedad Rural Argentina fundada en 1868, que entre 1876 y 1903, pasó a tener 41.787.000 hectáreas de terratenientes, principalmente de la familia Roca y la familia y la familia Martínez de Hoz, del clan del que iba a ser ministro de Economía de la dictadura militar de 1976”, dijo alguna vez Osvaldo.
Nada es casualidad. Osvaldo Bayer es un luchador, un revolucionario…esta historia de Osvaldo fue primordial para el nacimiento de la banda de rock/folclore: Arbolito, esa que escucha Verónica. Pero por ahora, gracias Osvaldo, el alemán¡¡ uno de mis maestros en periodismo.

6/11/08

Y, lo peor son los chupamedias


Ese día la batuta de la sesión la tenía Antonio Cafiero. El Senado de la Nación tenía todo preparado para aprobar a los dos legisladores de las provincias argentinas de Chaco y Corrientes. Corría el año 1998. El presidente de la Nación era Carlos Menem y si bien la Constitución Nacional reformada cuatro atrás estipulaba que los legisladores serán elegidos por el voto directo del pueblo, allí los dos faltantes de dichas provincias completarían el cuerpo legislativo a la vieja usanza constitucional, es decir los miembros serían elegidos por las Legislatura locales. Y los gobiernos opositores al Ejecutivo nacional en Chaco y Corrientes eligieron hombres del mismo color político; sólo que una vez la maquinaria del poder menemista desconoció esa voluntad en el Congreso de la Nación.
El vicepresidente de la República suele ser el titular natural del Senado; pero ese día estaba de licencia y el timón recayó en el “buen alumno” Cafiero, - al que Juan Perón decía que era rápido para los vueltos- quien iba a cumplir a rajatabla las órdenes de la Rosada comandada por el patilludo riojano. Consciente del robo de la banca, el senador radical chaqueño Luis León, pidió la palabra y desafiante, contó esta historia ante los ojos del obsecuente Cafiero, que paso a despuntar:

En 1952, León era un destacado bioquímico que trabajaba en varios hospitales públicos. Un buen día llegó a uno de esos nosocomios, el ministro de Salud de ese primer gobierno peronista , Ramón Carrillo.

El funcionario tuvo una reunión con los profesionales más destacados. Entre ellos estaba el laborioso León. El ministro terminó un imponente discurso con una frase fulminante: “somos todos argentinos, buenos médicos que dejan la vida por el otro y grandes peronistas”. León no dudo en levantar la mano: “disculpe doctor Carrillo; argentino, médico y todo por el prójimo sí; lo de peronista no porque yo soy radical”…al poco tiempo León fue dado de baja y despedido de los hospitales. A sus manos llegó el telegrama firmado nada menos que por Juan Perón, presidente de la República Argentina.


En ese recinto colmado, León continuo relatando su historia. Su par Cafiero lo miraba. El radical contó que habían pasado más de 20 desde su expulsión. Pero en ese 1973, en la quinta de Olivos, ahora acompañando como delegado del eterno rival y luego amigo, Ricardo Balbín, León se le acercó a Perón que tras una larga proscripción retornaba a una Argentina vapuleada y aprovechó para contarle al viejo General, la causa de su expulsión. Al finalizar el médico radical, Perón fue contundente: “sabe que pasa doctor León…lo peor de un gobierno son los chupamedias”. El bioquímico y político radical allí se enteró que Perón no había firmado nada, que de saberlo jamás hubiese dejado ir a un buen profesional en tiempos en que los hospitales públicos eran un orgullo.

Al terminar el relato, la cara de Cafiero lo decía todo. La historia volvía a repetirse, y el chupamedias era él.

En su gran obra El Príncipe de 1513, Nicolás Maquiavelo sostenía que el gobernante tiene como misión la felicidad de sus súbditos y ésta sólo se puede conseguir con un Estado fuerte, y para conseguirlo tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la crueldad. Que mejor que un obsecuente, un alcahuete, un entregador, un buchón. Y ese día, el hoy viejo radical León, hizo eco de lo que a modo de disculpas le había dicho el General Perón; que lo peor de un gobierno, de ayer, de hoy; son los obsecuentes chupamedias.