Hay
crónicas de valientes y patriotismo que la historia oficial no quiso ni quiere
contar. Están ahí, solo hay que desempolvarlas. Están ligadas a un camino que buscar
nutrir una currícula histórica que necesita todo país para comprender su
identidad. Es necesario conocerlos.
Una de esas
crónicas se eternizaría hacia el final del caluroso día 3 de febrero de 1852, en
los tiempos en que Justo José de Urquiza ingresaba triunfante por las
gelatinosas calles de la gran aldea que era Buenos Aires, asiento del poder
político y económico desde la época del Virreinato rioplatense, flaqueado por
una tropa en su mayoría gestada de soldados brasileros quienes no precisamente
defendían los intereses de una Argentina en formación.
Foto del 17/08/2012 en Palacio del Congreso Nacional. |
Es la
escena cinematográfica que se repite en postales a lo largo de la historia
nacional, entre perseguidos, censurados, fusilados, ahorcados, colgados y
despojados en la lucha por dos países; el industria, soberano y pujante y el
subsumido al monocultivo y al venta de materias primas dirigido por una clase
ociosa. El primero fue en Caseros, en 1852. Miente Urquiza cuando dice que no
hay vencedores ni vencidos. No será la primera vez que ocurra a lo largo del la
historia. El caudillo entrerriano ordena fusilar a los derrotados. Entre los
vencidos, está un patriota que es respetado por propios y ajenos. Su nombre,
Martiniano Chilavert.
Esta es la
crónica de un valiente que el relato mitrista nunca difundió a fondo: un hombre
cuya figura péndula entre en dos batallas que ofician de punto de inflexión en
el lugar que les quepa en la historia. Las dos ocurren un caluroso 3 de
febrero. El del año 1813, la batalla de San Lorenzo, la gesta epopeyita de José
de San Martín para terminar con la flota española de elite de Montevideo y cuarenta
años después, en la batalla de Caseros, escenario de una guerra imperialista
contra la Argentina, guiada por el pro británico, Justo José de Urquiza.
Un Martiniano
Chilavert quien también recorre el camino inverso de su futuro superior
militar, José de San Martín; de acá para allá y de allá para acá. Se fueron
como niños; regresan enfundados como guerreros. Son las espadas de la
Revolución de Mayo. Chilavert es hijo de esta tierra. Lo acompañan su padre y
su hermano mayor, José Vicente, los tres pasajeros del buque Canning. Todos
soldados que combatieron en Europa ahora fondean en las aguas del Río de la
Plata junto a su futuros jefes militares, San Martín, Carlos María de Alvear y Matías Zapiola.
“En todas las posiciones en que el destino me
ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de
mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto. Considero
el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y
oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un
acusador implacable que sin cesar le repetirá; ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!”, repetía a quien quiera oírlo, el
soldado Chilavert, cuyo debut fue ser uno de los 120 granaderos que empujó a
los realistas hasta el río Paraná en las barrancas de San Lorenzo. No siempre
Chilavert estuvo del lado acertado en el almanaque de la historia como ese
verano del 13. Peleó junto a Alvear y también en el ejército de la espada sin cabeza de Lavalle.
Supo
combatir a los brasileros nervosamente en la gloriosa jornada de Ituzaingó.
Creyó en el unitarismo y no dudó en combatir a Rosas en cada escenario donde se
encontraron; Entre Ríos, Corrientes,
Buenos Aires. Si en 1821 renunció al Ejército fue para completar sus estudios
de ingeniería. Fue docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la
fundación del pueblo bonaerense de Bahía Blanca aportando sus conocimientos de
ingeniería.
Un homenaje a la hermana República de Bolivia |
Se
reincorporó a las armas en 1826 para luchar en la guerra contra el Imperio del
Brasil, alcanzando el grado de Sargento Mayor en la artillería. Dirigió una
batería sobre el río Paraná y combatió en el regimiento de infantería de Tomás
de Iriarte en la campaña al sur del Brasil. Creyó en Lavalle cuando este fusiló
al “padrecito de los pobres”, Manuel
Dorrego, en diciembre de 1828.
Hay un
antes y un después en la vida de Martiniano. El momento es que se da cuenta que
ha estado del bando equivocado. Justo él, que es un patriota.
“Hace
tiempo que veo que la guerra que usted hace no es a Rosas sino a la República
Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De
resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto
a Rosas, ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”, le escupió en la
cara a Lavalle y sus demás jefes militares.
El punto de
inflexión es cuando la escuadra inglesa/francesa tomó con su flota el puerto de
Buenos Aires. No importaba que el destinatario de la bronca imperialista era porque
Rosas no exceptuara a los ciudadanos de ese origen del servicio militar. En
juego estaba la Patria. Como en 1812 cuando la Revolución mermaba y regresaron
de España; igual que en 1813, en el convento de San Lorenzo (doc9/link), o en la Guerra contra
el Brasil.
En julio de
1845, cuando las fuerzas navales de Francia y Gran Bretaña volvieron a bloquear
el puerto de Buenos Aires, apropiándose de los buques argentinos capitaneados por
Guillermo Brown y esparciendo el ataque más allá de las aguas hasta que en
noviembre la flota invasora decidió abrir y violar el río Paraná, es otro
episodio que merma en la vida de Martiniano. El día 20 de Noviembre, llegó a la
Vuelta de Obligado, donde el general Lucio N. Mansilla había atado una pila de
pequeñas embarcaciones con cadenas para impedirle el paso a los enemigos y para
que los buques criollos, “Manuelita”, "Brown",“Mansilla” y “Rosas”, en desigual de
condiciones, preparan la defensa de la soberanía nacional.
Las
crónicas de aquellas épocas relatan que las tropas argentinas se batieron con
alma y vida hasta quedar sin municiones y que los invasores vencieron por la
superioridad numérica y por la tecnología de los nuevos barcos de guerra al
calor de la Revolución Industrial. Los invasores lograron quebrar la
resistencia argentina pero a un alto costo. Se adentraron en el Paraná, pero
unos meses después debieron retroceder porque la hostilidad de los puertos
interiores era insoportable. La epopeya de la Vuelta de Obligado significó, un orgullo
nacional, un triunfo de Rosas, quien ostentaba frente a sus enemigos unitarios
que apostaban por los extranjeros desde Montevideo y desde las ciudades del sur
de Brasil.
Martiniano
es un patriota. Entre los intereses del extranjero y la política particular
rosista, opta por apoyar al Restaurador. “Para la prensa de Montevideo, la Francia y la
Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia; puede entrar en los ríos, asesinar a cañonazos, destruir nuestro cabotaje;
todo eso, y mucho más que falta aún, es permitido a los civilizadores”, dispara
Chilavert desde su lugar –y vaya el nombre que tanto lo identifica¡- la ciudad
de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, en Brasil.
Quien supo
ser el Jefe del Estado Mayor de Juan Lavalle en su “Campaña Libertadora” hacía
muy pocos tiempo, deja de ser un unitario. Sigue obedeciendo a San Martín,
exiliado hacia tiempo en Europa. Acompaña el gesto del Libertador de apoyar a
Rosas en su defensa de la soberanía nacional frente a las potencias
extranjeras. Si el viejo general lega su sable, Martiniano, su valentía.
“Conducido
por estas convicciones me reputé desligado del partido a quien servía, tan
luego como la intervención binaria de la Inglaterra y la Francia se realizó en
los negocios del Plata, y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto
pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio”, dice
Chilavert (doc9/link).
“Todos los
recuerdos gloriosos de nuestra inmortal Revolución en que fui formado se
agolpan; sus cánticos sagrados vibran en mi oído. Sí, es mi Patria, grande,
majestuosa", lo siente el soldado Martiniano.
Para 1847, Chilavert ya se encuentra en Buenos Aires. El
gobernador Rosas le da el alta en el Ejército de la Confederación y le mantiene
el cargo de coronel. Hace casi 20 años que Martiniano no pisa suelo argentino.
Sabe que los unitarios, sus viejos compañeros de armas que tanto lo admiran, lo
desprecian. Los nuevos, los federales, desconfían de quien fuera el segundo
jefe detrás de Lavalle. Otro mes de febrero nutre el legajo histórico de
Chilavert. Ya como soldado federal, el 26 de ese mes de 1850, presencia junto a
otros porteños los veinte cañonazos que la escuadra francesa e inglesa otorga a
la Argentina en desagravio por la invasión en Obligado. Chilavert es ahora un
federal, un patriota que defenderá las causas nacionales.
“No
entremos como guerreros, entremos como comerciantes”, sentenciaba el político y
asiduo ministro de Relaciones Exteriores inglés, George Canning en 1807. Los
ingleses cuando quieren ejercen la diplomacia, y sino la complicidad a través
de la astucia. Pedro II del Brasil, alias “El Magnánimo”, puede ser funcional a
los intereses británicos. Hay que destruir a Rosas y abrir los ríos a las
potencias. Urquiza ya esta comprado. Recibe 20 mil pesos. No es el
único. El autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes cobra 200 mil pesos y acepta asumir como
gobernador de Buenos Aires; la lista sigue en los militares que acompañan al
entrerriano: el Tte. Cnel. Hilario Ascasubi, 10 mil; Cnel. Manuel Escalada, 100
mil; Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid,
quien supo pelear al lado del honesto Manuel Belgrano durante las gestas por la
Independencia, recibe 50 mil; el gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro,
224 mil; el Gral José M. Galán , 250 mil y el porteño Cnel. Bartolomé Mitre, 16
mil. (x)
Pedro II gobernó casi sesenta años el Brasil.
Será el orquestador visible del Ejército Grande. El corrupto Urquiza su
ejecutor. Inglaterra dirige de las sombras. La Confederación argentina debe ser
destruida.
El mismo
tridente de la batalla de Caseros de 1852, pergeñará la antesala de la Guerra
del Paraguay una década después. Son Inglaterra, Pedro II y Urquiza. El
argentino, tiempo antes de entregar la victoria a Mitre (1861) y más de una
década atrás, el 29 de mayo de 1851 firmaba con los uruguayos colorados y Pedro
II una Triple Alianza para vencer al presidente uruguayo, Manuel Oribe, y
derrocar a Rosas. Es una traición al federalismo provinciano frente al
unitarismo porteño. Ricardo López Jordán le escribe a su comprovinciano:
"Usted
nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro
amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son
nuestros enemigo”. Urquiza morirá asesinado por traidor en 1870. López Jordan
lo ajustició.
Chilavert
carga sus armas. Por la Revolución, regresó a su Patria en 1812. Va a morir por
ella en 1852. También los anhelos de un país pujante se van con Martiniano.
“El deber
de defender a la Patria es indiscutible. Yo no sabría dónde ocultar mi espada,
la que la Patria puso en mis manos, si hubiera que envainarla frente al enemigo
y sin combatir, rindiendo mi último aliento bajo
la bandera a cuya honra me consagré desde niño”.
Son las
últimas palabras frente a sus compañeros de armas, los soldados federales.
La batalla
duró media hora. Por la noche del 4 de febrero de 1852, Rosas renunció y se
escabulló en una corveta camino a Inglaterra. Urquiza, los unitarios y los
brasileños son dueños de la Confederación Argentina. Chilavert es encarcelado. Urquiza
pide hablar con él. Fue el último en rendirse, el último en escupirle al líder
entrerriano en la cara que era un traidor, que había recibido 100000 pesos de
los brasileños para volverse contra su país. Urquiza lo mandada a fusilar.
“Tirad,
tirad al pecho, hijos de puta”, acribillaba con su voz a los matadores; “al
pecho, cagones, ¡que así muere un hombre como yo!”. Martiniano no se entrega
hasta caer muerto por la balacea que masilla de plomo todo su cuerpo.
Martiniano Chilavert
resume dos batallas imprescindibles para comprender la historia argentina. Es
un defensor de su bandera, un enamorado de su Patria. Estuvo en el bando
equivocado mucho tiempo, víctima de las propias confusiones guiadas por los
intereses de otros. Supo, dejar sus diferencias personales con Rosas cuando se
permitió conocer, comprender, entender, saber que los proyectos de los
extranjeros no son los propios.
La historia
mitrista escondió el legado de Martiniano. Levanta estatuas y nombres de calles
de quienes empuñaron sus armas contra la Argentina. Ahí está la figura de un
Urquiza ecuestre en colosal monumento porteño incrustado en los antiguos
dominios rosistas del barrio de Palermo. Una pequeña calle en el barrio capitalino de
Nueva Pompeya recuerda al soldado Chilavert. Contradicciones de esta Argentina
que sigue buscando su identidad.
Fuentes consultadas:
(x)
Historia Argentina, de José María Rosa.
2 comentarios:
Que claridad Doc, que historia la nuestra¡que bajón lo que usted informa en este Apunte
Si Doc, es asi y bien por citar la fuente de José Maria rosa. Y anoche me acordaba, que distinto fueron las manifestaciones del Bicentenario hace más de dos años y medio atrás. Que pobreza. Lo felicito por contar quien fue Martiniano chilvert. Abrazo
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