21/11/12

No hay derecho de huelga


El sindicalismo argentino en tiempos de Juan Domingo Perón -1946 hasta que las bombas lo quisieron en 1955- nada tenía que ver con el de ahora. Ni con la CGT oficial, ni la CGT opositora, ni la CTA afín al Gobierno ni la que no y ni con la CGT del impresentable de Luis Barrionuevo.
Los sindicatos eran pobres con dirigentes también pobres. Perón no les otorgó a esas asociaciones sindicales la caja de las obras sociales. Fueron esos gremios los que sostuvieron sobre sus espaldas la crisis económica de comienzos de los cincuenta. Hasta su prematura muerte, gran parte de los sindicatos sentían la influencia de Eva Perón.
Si el tiempo es buen ordenador para comprender los avatares del transcurso de la historia, se entiende porque José Espejo, el titular de la CGT en esos años peronistas, quería que Evita formara parte de la estructura de poder tras promover su candidatura a vicepresidente en la fórmula con Perón en las elecciones que se realizarían en noviembre de 1951. Fue el 22 de agosto de ese año, en "el cabildo abierto” realizado en la porteña más ancha avenida 9 de Julio.
Las tendencias de la historia indican que la conducción del peronismo desde la más alta magistratura y la conducción de la CGT funcionan en armonía sin que ninguna de las partes desatienda el clamor de sus representados.
Hugo Moyano es a los ojos de la historia sindical, uno de los dirigentes más poderosos. Un hombre que alguna vez entendió de los pasares del gremialismo pero que no entiende nada de política. Un Moyano, que supo con la creación del MTA en la década de los 90, proteger el último bastión ante un peronismo que traicionaba sus banderas desde la llegada del liberal converso Carlos Menem a la presidencia. Un Moyano, que hizo fuerte el sindicato camionero, fortalecido tras el desguace del Estado por el menemato, su aerolínea y los ferrocarriles, poblando las carreteras y rutas de tan amplio país como es la Argentina de camiones, convis, remises, bondis, furgones, que colateralmente han aportado a las muertes por accidentes de tránsito.
El sindicalismo debe ser parte de la estructura de un Gobierno peronista. Por eso le dolió tanto a Perón el crimen del que fue víctima José Rucci, titular de la CGT, el 25 de septiembre de 1973, dos días después de su categórico triunfo en las urnas en la que logró la tercera presidencia con el 62 por ciento de los votos.
Comprendió fácilmente esta lógica Néstor Kirchner al llegar a la presidencia en 2003, con el porcentaje más bajo de votos en la historia democrática argentina y en el mayor de los descréditos de la política por el fracaso de un modelo impuesto a sangre y fuego en 1976, moldeado por el menemismo en los 90 y incrementado de modo de traición a lo prometido por el radical Fernando de la Rúa, hoy procesado.
Cristina Fernández de Kirchner se equivoca al erectar en enemigo a Moyano. Y Moyano se equivoca al quedar del lado de esas corporaciones mediáticas que hicieron de él un monstruo. Moyano es odioso como Cristina para esa clase que solo lee el diario Clarín, se hipnotiza con  el canal TN, se babea con Tinelli y se carga de odio con Lanata. Que no piensa sino que es pensado por los intereses de ellos. No porque no pueda pensar, sino porque no quiere. Porque su autoestima está quebrada de generación en generación, en un ADN cargado de tristeza, de esa que no hace vencer a los pueblos. Que veraneaba en la locura del 1 a 1 entre el peso argento con el maldito dólar yanqui de espalda a los intereses de una Nación soberana y pujante, subsumida a ser una semicolonia con eje en el monocultivo de la soja
La historia no se repite pero suele transitar sobre procesos ya sintetizados.
En tiempos de Perón faltaba el derecho de huelga que la Constitución peronista de 1949 no tipificó. El gran constitucionalista que pergeñó esa Gran Ley que fue Arturo Sampay, asó lo dispuso. Aun así, los trabajadores en los dos gobiernos peronistas ejercieron su derecho de huelga.
Hoy, además del artículo 14 bis de la Constitución -lo único que la Revolución Liberadora, la que censuró, fusiló a los peronista, no tuvo otra que dejarlo en pié tras derogar la Carta Magna del 49 y volver a la liberal de 1853, en una convención que no tuvo a la mayoría peronista en 1957- , tiene el derecho de huelga también consignado en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, incorporado por la reforma de 1994 como todos los acuerdos sobre derechos humanos que poseen fuerza mayor al de una ley convencional.
Tuvieron que pasar décadas hasta que el gran paso normativo se consumó en 2004, durante la presidencia de Kirchner, al aprobarse la ley 25.877 que regula en uno de sus artículos el derecho de huelga en los servicios públicos.
A Perón, lo sacudieron con dureza varias huelgas, incluyendo aquellas emergentes de situaciones que desbordaban a los gremialistas de la época, la mayor parte alineados con una CGT obediente y disciplinada con la voluntad del jefe de Estado y creador de los sindicatos peronistas.
El sindicalismo esta dividido, confundido.El movimiento obrero no nació con Perón pero alcanzó con él su máxima organización, autonomía con relación al imperativo patronal, poder de expresión política y, en primer lugar, capacidad de protección de los derechos de los trabajadores. Primero, fue

la debilidad de los trabajadores la que generó el dictado del primer decreto 2669/43, inspirado, en poner en vereda al Departamento Nacional del Trabajo, un organismo dependiente del Ministerio de Interior, creado en 1912 y conocido en aquellos años como “el cementerio de elefantes” por su inutilidad.
Con el decreto 23825 del mismo año comenzó lo que luego se definiría como el “modelo sindical argentino”. Por entonces, Perón y Domingo Mercante eran dos funcionarios militares, ambos formados en ideales nacionalistas y el último, además, hijo de un maquinista afiliado al gremio La Fraternidad, creado en la clandestinidad en 1887.
Mediante el decreto 15074/43, la vieja dependencia pasó a denominarse Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación, que al poseer rengo de secretaría de Estado, salía de la órbita del Ministerio de Interior para pasar a depender de presidencia de la Nación. Perón quedó al frente de Trabajo y Mercante, de Previsión.
Actualmente, las relaciones gremiales se rigen por la ley 23.551, sancionada en 1988, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, resultado de un proyecto consensuado del entonces senador peronista Oraldo Britos. La consolidación del sindicalismo argentino sufrió un duro golpe con la Revolución Libertadora en septiembre de 1955 y la posterior intervención militar en la CGT.
Es una pena para quien esto escribe que la presidenta peronista y Moyano estén enfrentados en plena pelea por desmonopolizar a los medios de comunicación. Esa es la gran y verdadera batalla.
Los sindicatos peronistas fueron siempre el sostén del justicialismo en el gobierno cualquiera hayan sido los peronistas que ocuparan la presidencia de la Nación.
Eso tienen que comprender aquellos argentinos que dejaron ser indiferentes, que se largaron a la tarea de quitar "zonceras" a sus amigos, a sus familiares, a sus compañeros de trabajo. A pesar de los Moyano, los Micheti o los oportunistas, las momias malas como Luis Barrionuevo.


7/11/12

! El verdadero "Chila"¡



Hay crónicas de valientes y patriotismo que la historia oficial no quiso ni quiere contar. Están ahí, solo hay que desempolvarlas. Están ligadas a un camino que buscar nutrir una currícula histórica que necesita todo país para comprender su identidad. Es necesario conocerlos.
Una de esas crónicas se eternizaría hacia el final del caluroso día 3 de febrero de 1852, en los tiempos en que Justo José de Urquiza ingresaba triunfante por las gelatinosas calles de la gran aldea que era Buenos Aires, asiento del poder político y económico desde la época del Virreinato rioplatense, flaqueado por una tropa en su mayoría gestada de soldados brasileros quienes no precisamente defendían los intereses de una Argentina en formación.
Foto del 17/08/2012 en Palacio del Congreso Nacional.


Es la escena cinematográfica que se repite en postales a lo largo de la historia nacional, entre perseguidos, censurados, fusilados, ahorcados, colgados y despojados en la lucha por dos países; el industria, soberano y pujante y el subsumido al monocultivo y al venta de materias primas dirigido por una clase ociosa. El primero fue en Caseros, en 1852. Miente Urquiza cuando dice que no hay vencedores ni vencidos. No será la primera vez que ocurra a lo largo del la historia. El caudillo entrerriano ordena fusilar a los derrotados. Entre los vencidos, está un patriota que es respetado por propios y ajenos. Su nombre, Martiniano Chilavert.
Esta es la crónica de un valiente que el relato mitrista nunca difundió a fondo: un hombre cuya figura péndula entre en dos batallas que ofician de punto de inflexión en el lugar que les quepa en la historia. Las dos ocurren un caluroso 3 de febrero. El del año 1813, la batalla de San Lorenzo, la gesta epopeyita de José de San Martín para terminar con la flota española de elite de Montevideo y cuarenta años después, en la batalla de Caseros, escenario de una guerra imperialista contra la Argentina, guiada por el pro británico, Justo José de Urquiza.
Un Martiniano Chilavert quien también recorre el camino inverso de su futuro superior militar, José de San Martín; de acá para allá y de allá para acá. Se fueron como niños; regresan enfundados como guerreros. Son las espadas de la Revolución de Mayo. Chilavert es hijo de esta tierra. Lo acompañan su padre y su hermano mayor, José Vicente, los tres pasajeros del buque Canning. Todos soldados que combatieron en Europa ahora fondean en las aguas del Río de la Plata junto a su futuros jefes militares, San Martín,  Carlos María de Alvear y Matías Zapiola.
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá; ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!”, repetía a quien quiera oírlo, el soldado Chilavert, cuyo debut fue ser uno de los 120 granaderos que empujó a los realistas hasta el río Paraná en las barrancas de San Lorenzo. No siempre Chilavert estuvo del lado acertado en el almanaque de la historia como ese verano del 13. Peleó junto a Alvear y también en el ejército de  la espada sin cabeza de Lavalle.
Supo combatir a los brasileros nervosamente en la gloriosa jornada de Ituzaingó. Creyó en el unitarismo y no dudó en combatir a Rosas en cada escenario donde se encontraron;  Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires. Si en 1821 renunció al Ejército fue para completar sus estudios de ingeniería. Fue docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la fundación del pueblo bonaerense de Bahía Blanca aportando sus conocimientos de ingeniería.
Un homenaje a la hermana República de  Bolivia
Se reincorporó a las armas en 1826 para luchar en la guerra contra el Imperio del Brasil, alcanzando el grado de Sargento Mayor en la artillería. Dirigió una batería sobre el río Paraná y combatió en el regimiento de infantería de Tomás de Iriarte en la campaña al sur del Brasil. Creyó en Lavalle cuando este fusiló al “padrecito de los pobres”,  Manuel Dorrego, en diciembre de 1828.
Hay un antes y un después en la vida de Martiniano. El momento es que se da cuenta que ha estado del bando equivocado. Justo él, que es un patriota.
“Hace tiempo que veo que la guerra que usted hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas, ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”, le escupió en la cara a Lavalle y sus demás jefes militares.
El punto de inflexión es cuando la escuadra inglesa/francesa tomó con su flota el puerto de Buenos Aires. No importaba que el destinatario de la bronca imperialista era porque Rosas no exceptuara a los ciudadanos de ese origen del servicio militar. En juego estaba la Patria. Como en 1812 cuando la Revolución mermaba y regresaron de España; igual que en 1813, en el convento de San Lorenzo (doc9/link), o en la Guerra contra el Brasil.
En julio de 1845, cuando las fuerzas navales de Francia y Gran Bretaña volvieron a bloquear el puerto de Buenos Aires, apropiándose de los buques argentinos capitaneados por Guillermo Brown y esparciendo el ataque más allá de las aguas hasta que en noviembre la flota invasora decidió abrir y violar el río Paraná, es otro episodio que merma en la vida de Martiniano. El día 20 de Noviembre, llegó a la Vuelta de Obligado, donde el general Lucio N. Mansilla había atado una pila de pequeñas embarcaciones con cadenas para impedirle el paso a los enemigos y para que los buques criollos, “Manuelita”, "Brown",“Mansilla” y “Rosas”, en desigual de condiciones, preparan la defensa de la soberanía nacional.
Las crónicas de aquellas épocas relatan que las tropas argentinas se batieron con alma y vida hasta quedar sin municiones y que los invasores vencieron por la superioridad numérica y por la tecnología de los nuevos barcos de guerra al calor de la Revolución Industrial. Los invasores lograron quebrar la resistencia argentina pero a un alto costo. Se adentraron en el Paraná, pero unos meses después debieron retroceder porque la hostilidad de los puertos interiores era insoportable. La epopeya de la Vuelta de Obligado significó, un orgullo nacional, un triunfo de Rosas, quien ostentaba frente a sus enemigos unitarios que apostaban por los extranjeros desde Montevideo y desde las ciudades del sur de Brasil.
Martiniano es un patriota. Entre los intereses del extranjero y la política particular rosista, opta por apoyar al Restaurador.  “Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia; puede entrar en los ríos, asesinar a cañonazos, destruir nuestro cabotaje; todo eso, y mucho más que falta aún, es permitido a los civilizadores”, dispara Chilavert desde su lugar –y vaya el nombre que tanto lo identifica¡- la ciudad de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, en Brasil.
Quien supo ser el Jefe del Estado Mayor de Juan Lavalle en su “Campaña Libertadora” hacía muy pocos tiempo, deja de ser un unitario. Sigue obedeciendo a San Martín, exiliado hacia tiempo en Europa. Acompaña el gesto del Libertador de apoyar a Rosas en su defensa de la soberanía nacional frente a las potencias extranjeras. Si el viejo general lega su sable, Martiniano, su valentía.
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido a quien servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y la Francia se realizó en los negocios del Plata, y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio”, dice Chilavert (doc9/link).
“Todos los recuerdos gloriosos de nuestra inmortal Revolución en que fui formado se agolpan; sus cánticos sagrados vibran en mi oído. Sí, es mi Patria, grande, majestuosa", lo siente el soldado Martiniano.
Para 1847,  Chilavert ya se encuentra en Buenos Aires. El gobernador Rosas le da el alta en el Ejército de la Confederación y le mantiene el cargo de coronel. Hace casi 20 años que Martiniano no pisa suelo argentino. Sabe que los unitarios, sus viejos compañeros de armas que tanto lo admiran, lo desprecian. Los nuevos, los federales, desconfían de quien fuera el segundo jefe detrás de Lavalle. Otro mes de febrero nutre el legajo histórico de Chilavert. Ya como soldado federal, el 26 de ese mes de 1850, presencia junto a otros porteños los veinte cañonazos que la escuadra francesa e inglesa otorga a la Argentina en desagravio por la invasión en Obligado. Chilavert es ahora un federal, un patriota que defenderá las causas nacionales.
“No entremos como guerreros, entremos como comerciantes”, sentenciaba el político y asiduo ministro de Relaciones Exteriores inglés, George Canning en 1807. Los ingleses cuando quieren ejercen la diplomacia, y sino la complicidad a través de la astucia. Pedro II del Brasil, alias “El Magnánimo”, puede ser funcional a los intereses británicos. Hay que destruir a Rosas y abrir los ríos a las potencias. Urquiza ya esta comprado. Recibe 20 mil pesos. No es el único. El autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes cobra 200 mil pesos y acepta asumir como gobernador de Buenos Aires; la lista sigue en los militares que acompañan al entrerriano: el Tte. Cnel. Hilario Ascasubi, 10 mil; Cnel. Manuel Escalada, 100 mil;  Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid, quien supo pelear al lado del honesto Manuel Belgrano durante las gestas por la Independencia, recibe 50 mil; el gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, 224 mil; el Gral José M. Galán , 250 mil y el porteño Cnel. Bartolomé Mitre, 16 mil. (x)
 Pedro II gobernó casi sesenta años el Brasil. Será el orquestador visible del Ejército Grande. El corrupto Urquiza su ejecutor. Inglaterra dirige de las sombras. La Confederación argentina debe ser destruida.
El mismo tridente de la batalla de Caseros de 1852, pergeñará la antesala de la Guerra del Paraguay una década después. Son Inglaterra, Pedro II y Urquiza. El argentino, tiempo antes de entregar la victoria a Mitre (1861) y más de una década atrás, el 29 de mayo de 1851 firmaba con los uruguayos colorados y Pedro II una Triple Alianza para vencer al presidente uruguayo, Manuel Oribe, y derrocar a Rosas. Es una traición al federalismo provinciano frente al unitarismo porteño. Ricardo López Jordán le escribe a su comprovinciano:
"Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigo”. Urquiza morirá asesinado por traidor en 1870. López Jordan lo ajustició.
Chilavert carga sus armas. Por la Revolución, regresó a su Patria en 1812. Va a morir por ella en 1852. También los anhelos de un país pujante se van con Martiniano.
“El deber de defender a la Patria es indiscutible. Yo no sabría dónde ocultar mi espada, la que la Patria puso en mis manos, si hubiera que envainarla frente al enemigo y sin combatir, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño”.
Son las últimas palabras frente a sus compañeros de armas, los soldados federales.
La batalla duró media hora. Por la noche del 4 de febrero de 1852, Rosas renunció y se escabulló en una corveta camino a Inglaterra. Urquiza, los unitarios y los brasileños son dueños de la Confederación Argentina. Chilavert es encarcelado. Urquiza pide hablar con él. Fue el último en rendirse, el último en escupirle al líder entrerriano en la cara que era un traidor, que había recibido 100000 pesos de los brasileños para volverse contra su país. Urquiza lo mandada a fusilar.
“Tirad, tirad al pecho, hijos de puta”, acribillaba con su voz a los matadores; “al pecho, cagones, ¡que así muere un hombre como yo!”. Martiniano no se entrega hasta caer muerto por la balacea que masilla de plomo todo su cuerpo.
Martiniano Chilavert resume dos batallas imprescindibles para comprender la historia argentina. Es un defensor de su bandera, un enamorado de su Patria. Estuvo en el bando equivocado mucho tiempo, víctima de las propias confusiones guiadas por los intereses de otros. Supo, dejar sus diferencias personales con Rosas cuando se permitió conocer, comprender, entender, saber que los proyectos de los extranjeros no son los propios.
La historia mitrista escondió el legado de Martiniano. Levanta estatuas y nombres de calles de quienes empuñaron sus armas contra la Argentina. Ahí está la figura de un Urquiza ecuestre en colosal monumento porteño incrustado en los antiguos dominios rosistas del barrio de Palermo.  Una pequeña calle en el barrio capitalino de Nueva Pompeya recuerda al soldado Chilavert. Contradicciones de esta Argentina que sigue buscando  su identidad.


Fuentes consultadas:
(x) Historia Argentina, de José María Rosa.