25/3/08

El Lito que no fue una Cruz; campeón total


La idea del ciber también naufragó. Julio hizo todo lo que pudo para ver a Lito, su Lito, salir a flote, rescatarse, volver a ser el de antes. O mejor dicho, el que no fue nunca. Pensar que Lito, El Lito se jactaba de poder “manejarla”. No sabía que el manejo de la adicción reposaba en vigas que son de barro. Nadie controla la frula.
Los años escondiéndose de la cana, los meses internado en la Granja, reflejaron que Lito estaba equivocado. Los amigos que él creyó más amigos, le soltaron la mano. Los vecinos lo negaban. La familia lo cuestionaba. Así se encontraba Lito a la puerta de los 30; enfermo por su adicción a la merca, en el final del camino, sólo con compañía de papá Julio y mama Graciela.
En el invierno del 2005 fue la última vez que los muchachos que paraban en la esquina lo vieron. Conocían a Luis desde chicos, mucho antes de que este comenzara a “caminar” con ellos, a los que despectivamente algunos llamaban los “dragones”.
No todos se alejaron de Lito. Unos pocos lo visitaban en la Granja, ese lugar endemoniado del sur bonaerense, cerca de Berazategui, cuyo único logro fue perjudicar más la salud de Lito. Si cuando papá Julio lo retiró, sólo quedaba una sombra del Lito atlético que había sido. La granja fue un salvavidas de plomo.
Los psicólogos fracasaron. ¿A que clase de doctor se le ocurre que un muchacho todo el día empastillado podía manejar un ciber, un negocio? Lito es un buen pibe. Se fue de mambo, esa era la verdad. Probó el dulce, y creyó manejarla. “Uno cree que controla la papa; no viejo; esta siempre te controla a vos”, les decía Lito a algunos de esos muchachos que lo visitaban en esa Granja. Porque ellos querían de verdad a el Lito; con ellos fueron las primeras salidas, las primeras novias, los fulbitos, el primer porrito. Pero Lito se abrió; comenzó a juntarse con los otros, que eran otra cosa. Los códigos de barrio no entraban en la lógica de los dragones. Así era, y quedó demostrado cuando le soltaron la mano y lo abandonaron en ese caserón del orto. Porque todos habían ido a robar. A poner pecho en la calle como se dice en la jerga. Y en cana sólo término Lito. En la Argentina, al adicto se lo trata como un delincuente; no como a un enfermo. La Justicia es dura: mandar a Lito a una granja fue el peor remedio.
Papá Julio desconfiaba de todos. Y tenía sus razones. Pero dejaba que algunos de los muchachos visitarán a Lito, de vuelta en su habitación tras el infierno, pero sedado como un perro en las típicas fiestas de fin de año Navidad.
Uno de ellos hacia tiempo practicaba boxeo, una materia pendiente por años de invertir esfuerzo y tiempo en la Facultad. El muchacho, ahora abogado, le había comentado mil veces a papá Julio que el proceso penal de Lito estaba errado. Nunca de parte de papá Julio tuvo respuestas. El ahora abogado sabía que el boxeo podía rescatar a Lito. Por eso, no volvería a cometer el error de hablar con papá Julio.
- Lito, mañana te voy a pasar a buscar; te venís conmigo, nada de merluza ni porro, ni Simpson ni nada. Quiero que vengas conmigo en secreto.
- Pero chavon, no entendes?, yo me quiero morir, mira como estoy.
- No forro, vos te venís con nosotros, quiero mostrarte algo.
El boxeo tiene sus propios códigos, sus propias reglas. Refleja el temperamento escondido, transforma el dolor en virtud… creer o reventar, Lito encontró un mundo propio dentro del boxeo. Lito comprendió que saltar la soga, esquivar golpes, vendarse, hacer guantes, era algo más que hacer un deporte que lo mantenga ocupado. Allí, sin saber entrelazaría su destino.
Pasó el tiempo. Hoy hay que ver a Lito, categoría Welter Junior, recorriendo el ring y explicando a sus alumnos los secretos del los puños, y del mismo modo que le sucedió al escritor Julio Cortazar, el boxeo le dio un sentido a su vida.

19/3/08

Primero y único


En cuestiones de la geología, se dice que los terremotos acostumbran a dar temblorones de preanuncio. En política pasa lo mismo. Años de proscripciones, negociados entre empresas, militares enceguecidos por más poder, gestaron la peor dictadura militar en la Argentina. El golpe fue en 1976. Su gestión fue partir de 400 centros clandestinos de detención, la prohibición de la actividad política, la censura de prensa, absurdas mordazas que iban desde prohibir el tango Cambalache hasta los libros infantiles de Maria Elena Walsh y la reducción del Congreso de la Nación, casa de la democracia desde siempre. Años de muerte y plomo, con una guerra de por medio, durarían hasta 1983. En pleno genocidio, en 1978, la Argentina abría sus puertas al mundo. Era año de Mundial de Fútbol. Esa competencia fue planeada por la dictadura como una operación política y militar, de demostrar a los que decían que se torturaba, como sostenía el propio presidente de los Estados Unidos, James Carter-, que los argentinos “eran derechos y humanos”. Era la revancha que se esperaban; poder vencer a quienes los denuncian por violar sus derechos, por buscar a sus parientes, amigos, como esas madres que se concentraban en la Plaza de Mayo para pedir por sus hijos desaparecidos.
Pocos lo saben, pero a la misma hora en que Alemania y Polonia abrían la Copa de ese Mundial en el Estadio Monumental de River Plate, había un hombre extranjero, que prefería estar con los silenciados por la dictadura. Era un arquero. Y de la Selección de Suecia. Para algunos el mejor del momento en ese puesto, compartiendo el podio con el italiano Dino Zoff, el juvenil alemán Harald Schumacher, el argentino Ubaldo Filliol o el ingles Ray Clemente. Su nombre Ronnie Hellstrom, quien se convirtió para la historia argentina e internacional en el único jugador del Mundial que prefería estar en la Plaza de Mayo, acompañando la ronda de esas madres, que comenzaba reclamaban por sus hijos. Para algunos profesores del fútbol, ese Mundial fue de alto vuelo competitivo. Pero para los argentinos dejó marcas profundas, que avergonzarían durante décadas a gran parte de la Argentina. La Selección argentina que tenía buenos jugadores como Kempes o Filliol, saldría campeón en 1978. Igual, siempre se respira un sabor amargo en ese país; como si los argentinos supieran que se los había utilizado con el campeonato para darle combustible a la dictadura militar que muchos reclamaron, luego maldicieron, más odiaron. A los ojos de la historia, siempre se reconoció que países como Francia, el subcampeón Holanda, repudiaron a la dictadura que organizaba el Mundial. Incluso la máxima estrella de la competencia, el holandés Joan Cruyff se negó a participar en repudio a la dictadura. De todos modos, la presencia de periodistas que vinieron a cubrir el Mundial, fue de gran ayuda para los que buscaban a sus parientes
Pero fue el arquero sueco quien dio el puntapié inicial. La dictadura en ese momento logró censurar las fotos. No hay registros del encuentro de este arquero con esas madres desesperadas, encabezadas por Angela Botano, Azucena Villaflor y Hebe de Bonafini, en lo peor de la dictadura. Tampoco de su reunión con quien sería el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel.
Este Apunte es a modo de reconocimiento para Hellstrom, quien en esos años de sangre, más que nunca estuvo presente, se expuso, banco la situación, ajena, pero dolora. En síntesis más que nunca fue arquero, el puesto que no se esconde.

13/3/08

Liborio; un Quebracho muy Justo


Desde antaño existieron las discusiones entre padres con sus hijos. Hoy por hoy, ese tipo de pleito familiar no sorprende tanto. A principios del siglo 20 era casi imposible discutirle a la autoridad paterna. Sin embargo ese no fue el caso de Liborio. Criado en cuna oligárquica, formándose en ámbito de culto hacia las costumbres y el protocolo del poder, Liborio enfrentó su destino: no quiso ser un típico “caballero” de esos años del Centenario de la Revolución de Mayo. Se animó y eligió un camino distinto. Así fue que rompió con una religiosa y aristocratizante educación y se enfrentó a la autoridad familiar, su padre, el general del Ejército y quien sería el segundo presidente de la Década Infame de los años 30 argentinos, Agustín P. Justo.
Justo llegó a ser jefe de Estado gracias a un fuerte fraude electoral. Esas trampas tenían dos hombres fuertes: por un lado el militar que derrocó al gobierno radical, José Félix Uriburu, fanático de las costumbres francesas y las chicas jovencitas del Jockey Club. Por el otro, al padre de Liborio, hombre de alianzas con la burguesía agroexportadora.
Dicen que Liborio dejó la gran casa paterna tras una fuerte discusión con su padre. El detonante fue el frac que Justo se aprestaba a lucir para presenciar el fusilamiento del llamado Enemigo Público de esos años 30; el anarquista Severino Di Giovanni. Liborio defendía la causa del anarquista asesinado, sentía propias las ideas y cambios generados por la primera Revolución Socialista y había participado en la Reforma Universitaria en contra de lo que decía su padre.
Cuando Liborio cumplió 30 años, la relación con papá Agustín se rajó del todo. El ahora militante no soportó el nombramiento que su propio progenitor le daba a Federico Martínez de Hoz como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Vaya coincidencia familiar e histórica; Federico era el abuelo de quien sería ministro de Economía de la peor dictadura militar argentina tras el golpe 1976; José Martínez de Hoz.
El de tal palo tal astilla nunca reinó en la casa de los Justos. Agustín castigó a Liborio, cuando tildó de “chirinada” al golpe militar de Uriburu. Su hijo estaba dolido porque sabía que su padre era una pieza clave en esa dictadura. Más odiaba Liborio que su progenitor hurgara en su habitación, en sus libros.
- Hijo, usted debe brindarle todo a su padre, porque él será un gran Presidente.
- Padre, nada es bueno cuando la cobardía y la trampa mandan… dicen que le contestó el hijo al padre y fue las últimas palabras que cruzaron.
Liborio tenía razón. Sin fraude, su padre jamás llegaría a ser primer mandatario. Ayudó la abstención de la Unión Cívica Radical (UCR).
La bronca de Liborio hacia la figura paterna era algo más que un simple odio familiar. De chico se enojaba cuando sus padres maltrataban a los tantos empleados domésticos que habitaban la casa. Cerca de sus 31 años de edad, su padre fue electo Presidente de la Nación. Su mandato fue hasta 1938. En esos años, Liborio comenzó a militar
en el Partido Comunista argentino. Dos años después fundó la Liga Obrera Revolucionaria que sentaría las bases del trotskismo en la Argentina.
Una vez fue detenido por protestar contra la política del gobierno de su padre, que basaba su poder en trípode de poder: fraude electoral, intervención a las provincias de gestión radical y violencia política, como fue el asesinato del senador elector Enzo Bordabehere, mano derecha del legislador Lisandro de la Torre, quien investigaba negocios entre el Gobierno y el monopolio de la carne.
La relación con su padre Agustín era inexistente. Liborio nunca comprendió del todo como ese hombre, que le había inculcado el amor por la historia, que había sido un hombre de la democracia reciente a partir de 1916, ahora fundaba su gestión en relaciones carnales con Inglaterra. El día que explotó Liborio, -que ahora se hacia llamar Quebracho porque así entendía que revindicaba a los aborígenes asesinados en la llamada Conquista del Desierto de Julio Roca, y vaya paradoja el hijo del asesino era el vicepresidente de su padre- fue cuando la Argentina recibió al presidente de los Estados Unidos de ese entonces, Franklin Roosevelt. El lugar fue la Cámara de Diputados de la Nación. El año 1936; y Liborio gritó desde las gradas “abajo el imperialismo”.
Los años se sucedieron; la Década Infame terminó, y sin saberlo engendró de algún modo a lo que sería el peronismo. Vinieron los odios, las proscripciones, más golpes militares, la peor dictadura, la muerte, una guerra, el retorno de la democracia. Quebracho Liborio lo vio todo. Vivió hasta los 101 años. Murió en la más extrema soledad, -cerca de la asunción del cuarto Presidente votado desde 1983, Néstor Kirchner sin antes decirle al cronista de la revista La Marea, número dos, página 32 “Conversando con Liborio Justo”:
“La relación con mi padre no daba para más. Sólo un camino me quedaba: irme de mi casa y ponerme frente a la sociedad que me oprimía y contra la que yo ardía en deseos de iniciar el combate. Abandonando mi casa, hubiera perdido la posibilidad que tenía en ella de seguir estudiando, meditando y desarrollando mi personalidad, pero no podía vivir en una farsa. Entendí luego la causa del peronismo, y nosé si es verdad que ese grupo de la peor izquierda, denominado Quebracho, tiene que ver con mi apodo”.

8/3/08

Abrazo de gol y de afecto


Hay veces que las cosas no salen como se las desea. La noche de ese sábado de agosto del 99 era una de esas. Las amigas del Becky preferían irse con otros amigos, y los nubarrones y la lluvia iban adueñándose del cielo. Igual, todos ellos estaban allí, donde siempre, en el kiosco de Marcelo, madre de los encuentros previos a las salidas. Sólo faltaba uno; Walter, que si bien no era abanderado de la noche en boliches, se anotaba en todas.
Ya eran las diez de esa noche de panchos y patys en lo de Marce. Y Walter aún no llegaba. Encima, ese grupo de esos veinte añeros sólo seguía cosechando malos preanuncios que naufragarían la noche soñada: el único auto que disponían, el destartalado Dodge de Edu, no quería arrancar…y Walter no llegaba ni llamaba al semi público del kiosco. Los ánimos se iban caldeando. No era para menos; abandonados por las chicas que prefirieron a otros, la odiosa tormenta, el auto –si se podía llamar auto-, que no funcaba, Marcelito que se quedaba sin cerveza… todo mal… y Walter que no venía…y es de manual…en momentos de vacas flacas, quien no esta, pagara las consecuencias. Y esa noche, Walter se compraba todas las fichas por su faltazo. ¿Pero donde estaba este muchacho un sábado fulero como ese a las casi once de la noche?... en la cancha, sufriendo por su amado Racing de Avellaneda. Los otros pibes pasaron por alto que esa noche jugaba la Academia; todos ellos eran futboleros de ley, simpatizantes de Boca, de River y del Rojo en su mayoría. Sucede que en colisión de intereses, el fútbol queda subsumido sólo frente a una cosa: las mujeres. Y esa noche pintaba repleta del género femenino hasta el naufragio inminente: ¡como Walter priorizaba ir a la cancha, y encima ver a Racing, que no le ganaba a nadie¡… hay un sentido; la historia no se parece… se repite. Walter era un ferviente seguidor de su equipo; donde jugaba Racing allí estaba él. Así había sido por siempre. De pequeñito, este fana de la Academia heredó esta pasión de la mano de su padre. Generación tras generación racinguista salpicaba a sus antecesores. La pasión por Racing no mermaría ni cuando el equipo descendió de categoría en 1983. Walter lo vio desde sus 7 años porque su papá lo llevó a la cancha haciendo cero caso a los ruegos de mamá Dora.
Desde sus casi 12 años, Walter despidió a su papá, quien falleció repentinamente. Pero la pasión por Racing siguió latiendo en él. Así, religiosamente, este racinguista cumplía el sagrado rito dominguero de seguir a “su” Academia.
Esa noche que salió todo al revés, desde el kiosco de Marcelo, las miradas de bronca intensificaban la mira sólo a una persona: el faltante Walter. Hasta que pasó un vecino de uno de estos muchachos y se armó este diálogo:
- que cara de amargados chicos, que pasa?
- Y, sabe que pasa Mandy, es que…que Walter nos cagó, y no viene a bailar, y por eso… por eso no salimos.
Es decir, Walter era el abanderado del fracaso de la salida. Nadie quería asumir que la noche había comenzado mal para todos. Que mejor que culpar al ausente.
- Pero chicos, donde esta Walter?
- Puede usted creer que este priorizó la cancha, antes de salir con sus amigos?, soltó otro ante la mirada atónica de Mandy.
- Es que chicos, Walter no priorizó ver a Racing antes que ustedes… Walter fue a darse un abrazo; un abrazo con el papá, en el Cilindro de Avellaneda, la cancha de Racing como testigo.
Quizá Mandy tenía razón. Porque todos, no sólo nos quedamos con los ojos humedecidos. Aprendimos que salidas podría haber muchas, pero más nos dejó ese gesto de amor de Walter… a partir de esa noche todos nos hicimos un poquitín hinchas de Racing Club de Avellaneda, que dos años después saldría campeón tras casi 36 años de sequía… y en este 2008 pelea su permanencia en la máxima categoría.

1/3/08

Le soltaron la mano al Digesto


Hecha la ley, hecha la trampa. Dicho popular si los hay. Pensar que en la Argentina, desde la sanción de su Constitución Nacional en 1853, existen casi 28.000 leyes, pero sólo 4 mil tienen validez. ¿Que hacen las autoridades al respecto con tantas normas sin sentido?... nada. Hace diez años atrás se conformó un proyecto cuyo objetivo era identificar y ordenar las normas en uso, desechando las inasibles; su nombre: el Digesto Jurídico Argentino. La ola de la crisis del 2001 no fue ajena al Digesto, y lo hundió duramente. No tuvo salvavidas de ningún funcionario, a pesar que este proyecto es una obra que permitiría ordenar la caótica legislación del país.
El modo de hacer política en la Argentina es tan particular como polémico y esa realidad se traslada a todos los poderes de la República donde el Legislativo no es la excepción. El ove rol de este Poder es el Congreso de la Nación, que desde la Revolución de Mayo hasta 1853 fue víctima de divisiones y disoluciones. Y quienes incidieron bruscamente en el Legislativo fueron los golpes militares a la democracia, abanderados de la censura y el debate. Por ejemplo, en la última dictadura militar del 76 llegó a funcionar la denominada CAL (Comisión de Asuntos Legislativos), en desmedro de las dos cámaras legislativos, Diputados y Senadores. ¿Y cual fue el resultado de tantos atentados en años hacia el Congreso, sumado a la poca dedicación de sus integrantes en democracia?... la actual existencia de una maraña de leyes sin uso. Para eliminar esta "contaminación legislativa", un equipo de 200 abogados y especialistas viene trabajando desde hace 9 años, leyendo, estudiando y clasificando cada una de las miles de leyes y decretos sancionados desde 1853. Su lugar, la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Bajo la ley que le otorga vida -24.967- el Digesto Jurídico emergió como la gran obra, según diría un presidente de la Nación que estuvo diez años y que poco aportó a la causa. Luego, el huracán de la crisis del 2001 lo hizo añicos. Pero además, el Digesto es víctima de los constantes cambios de gobierno y ministros de Justicia. Ni siquiera la estabilidad de Néstor Kirchner como jefe de Estado aportó a la existencia de fondos necesarios para llevarlo adelante. Los juristas que conformaron el Digesto, hoy están frustrados y tristes. Y muchos se han bajado del proyecto.
Los legisladores nacionales de esta democracia argentina de un casi un cuarto de siglo también tienen su culpa. Nadie pregunta por el Digesto, cuyo corazón late suavemente, y esta muy lejos de ser ese proyecto de ley que sus abogados/investigadores soñaron.
¿Por este abandono, son responsables el ex decano de la Facultad de Derecho, Andrés D’Alessio y el actual, Jorge Alterini?; ¿Más culpables son los presidentes, -vaya pardoja son de profesión abogados- Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y más aún, el matrimonio Kirchner?, ¿Por qué no se destina dinero a reflotar el Digesto?, ¿Dónde esta el dinero de esa auditoría externa que supuestamente realizaría la Price-Waterhouse?... preguntas sin respuestas flotan en esa aula de la Facultad, la misma que gestaba el Digesto que no es, y en la que tantas materias cursé mi carrera de abogado.