30/6/08

Carlos Quiros y sus pinturas digitales con kilómetros de tinta periodísticas



Carlos Quirós nació en San Rafael, Mendoza, en 1940. Es periodista desde hace más de cuatro décadas. Trabajó en el diario mendocino Los Andes, fue corresponsal provincial para La Prensa, en La Opinión y en el diario Clarín. Este Apunte es su historia que quería compartir.
La influencia de su madre italiana, artista en pintura de caballete, tuvo mucho que ver en su San Rafael natal de la provincia de Mendoza. También de su tío Ciro. Carlos Quirós proviene de una familia de artistas; su padre había sido un gran disertador en teatros. Carlos recuerda que cuando comenzó a incursionar en el teatro, su padre, un gerente de una importante bodega mendocina, le dijo al pasar: “Esta bien, pero como vas a alimentar a tu propia familia?”.
Cuenta Quirós que “desde chico, cuando imitaba las pinturas de mi madre, tenía esa necesidad de expresarme”.
Cerca de la adolescencia, Carlos comenzó a trabajar en una empresa inglesa relacionada al mundo de la carne.
Al terminar el servicio, Carlos Quirós decidió radicarse en la ciudad de Mendoza para estudiar periodismo en la Universidad de Cuyo. “Recuerdo que a pesar de tener que hacer el servicio militar, la empresa continuó pagándome la mitad del sueldo y ese dinero fue fundamental para realizar mis estudios”.
Mientras el radical Arturo Illia comandaba como podía el timón de la presidencia de la Nación, Quirós culminaba su carrera.
“A la vez que cursaba las últimas materias de periodismo, estaba haciendo una pasantía en la Radio Libertador de Mendoza. Un día me pidieron cubrir una importante sesión en la Legislatura provincial”
El día al que hace mención Quirós fue un antes y un después en su vida. En uno de los pasillos del edificio del Poder Legislativo provincial se cruzó con el destacado periodista mendocino Antonio Di Benedetto, autor de obras como Mundo Animal (1953), El pentágono, Declinación y Angel (1958), El Silenciero (1964), entre otros, quien había sido profesor suyo en la facultad.
“Antonio me ofreció trabajar en la sub corresponsalía del diario La Prensa en Mendoza. El venía de ser el director del diario Los Andes”, recuerda Quirós quien a la vez escribía en una revista que publicaba la Universidad de Cuyo, junto a Raúl Fain Binda, y otros jóvenes periodistas.
Alrededor del año 1968 llegó a la provincia de Mendoza el periodista Jacobo Timerman, tentado por el empresario Alberto Coltón para crear un diario. Experto en los temas periodísticos, Timerman sugirió que el nombre de la flamante publicación sea directamente “El Diario”.
Cuenta Quirós que don Jacobo paseando por la ciudad compró una de las publicaciones de la Universidad. Cazador de talentos, convocó a todos los jóvenes que escribían en ella.
Según Quirós, Jacobo fue contundente: “los contrato para que piensen como debería ser el mejor diario”. A las semanas se sumarían otros dos muchachos que Timerman conocía de sus revistas Primera Plana y Confirmando: Horacio Verbitsky y Luis González O’Donnell.
El flamante diario no funcionó. A poco tiempo de salir a la calle, sin respuestas del público, el empresario Colton lo cerró. “Creo que el diario al lector mendocino de esa época le quedaba grande, porque en sí el diario era bueno y preanunciaba todo lo que en unos pocos años después iba a suceder políticamente en la Argentina de los años 70”.
El periodista que late en Quirós pudo más. Renegó de su derecho a cobrar la indemnización cuando El Diario bajó las persianas a cambio de una condición: heredar el archivo, que sería la base del siguiente proyecto que abordaba: fundar la revista Claves.
“Tengo los mejores recuerdos de esa publicación. Palpitábamos muy de cerca todo el acontecer político del país. Cubríamos todo lo posible y dábamos lugar a todos los sectores. Recuerdo que a veces publicábamos, entre otros, columnas de un conservador como era Francisco Gabrielli, quien fuera dos veces gobernador de Mendoza.”, memoriza Quirós.
En un principio Claves se comercializaba por suscripción. A mitad del año 1974 comenzó su venta directa en los puestos de diarios y revistas de Mendoza. Un atentado de la Triple A –que comenzaba a poner en práctica su maquinaria del terror- en un día de impresión en los talleres, puso fin a esa publicación.
Un llamado desde Buenos Aires alertó a este periodista mendocino. “Te venís a trabajar conmigo a Buenos Aires cuanto antes”, dice Quirós que le dijo Timerman. Don Jacobo tenía información calificada que en las listas negras de la Triple A por Mendoza, figuraba el nombre Carlos Quirós.
Jacobo Timerman le ofreció cubrir Congreso de la Nación. Fue así que se acreditó como periodista en la controvertida Cámara de Diputados de ese entonces.
Un año después de gestar el golpe de Estado, en 1977 la dictadura militar expropió el diario La Opinión. Ese mismo año Jacobo Timerman fue secuestrado por una fuerza dependiente del ex general Ramón Camps. El matutino no dejó de editarse pero quedó intervenido militarme.
Al remontarse en el tiempo, Quirós recuerda que “como tenía un gran aprecio por Jacobo, en la redacción, trataba de publicar los habeas corpus que me propiciaban hombres como Hipólito Solari Yrigoyen”.
Con el Congreso Nacional clausurado, la intervención castrense en La Opinión le ofreció a Quirós la jefatura de la Redacción. La cosa duró hasta que los militares devenidos por la fuerza en periodistas censuraron una publicación de la que Quirós era autor referente al holocausto judío a manos del nazismo.
“Recuerdo - señala Quirós- que el militar me llama a su despacho y me dice para que vamos a revolver tanta mierda; le contesté que si el material no se publicaba, yo renunciaba a seguir trabajando en La Opinión”.
La nota no se publicó y el periodista cumplió con su palabra. Pronto volvería a las redacciones cuando en un encuentro de ex presidente latinoamericanos realizado en la Argentina, se topó con Avelino Porto, eterno rector de la Universidad de Belgrano, quien le ofreció dirigir la revista Vigencia que editaba la Universidad. Por ella desfilaron escritores como Félix Luna. El diseño lo hacia Hermenegildo Sabat, y el colaborados estrella era nada menos que Jorge Luis Borges.
Hasta ese año 1980, el periodismo era todo para Quirós. Pero comenzaba a mellar su vocación por la pintura. Así fue como comenzó a volver a incursionar nuevamente en el mundo de la pasta, pinceles, acrílicos y otra vez con su comprovinciano, el artista Enrique Sobisch, quien tenía su taller anclado en la ciudad de Buenos Aires, al mismo tiempo en que Marcos Cytrynblum, -quien fuera secretario de redacción del diario Clarín desde los primeros días de la década del 70-, lo convocara a formar parte de su equipo de trabajo, junto a periodistas como Joaquín Morales Solá, Roberto Guareschi, entre otros.
La derrota militar en la Guerra de Malvinas adelantó el fin de la dictadura militar. En la campaña electoral para los comicios de ese año, Carlos Quirós fue el encargado de seguir periodísticamente a lo largo y a lo ancho del país, al candidato del radicalismo, Raúl Alfonsín, quien vencería al candidato justicialista, el recientemente fallecido, Italo Luder.
Una vez que el traje de la democracia volvió a vestir a las instituciones, Quirós pidió a los jefes de Clarín volver a acreditarse en el Congreso de la Nación. Llegó el turno de cubrir el Senado. Y también de dar más lugar al artista que llevaba adentro.
“Mi incursión en la técnica digital, se originó cuando en las redacciones periodísticas se reemplaza la tradicional máquina de escribir por la computadora, la famosa PC. En ella descubrí, estimulado por los recuerdos de mi adolescencia, que se podía pintar y dibujar”.
Carlos Quirós, aclara, que en sus obras no utiliza modelos en vivo ni impresos. Que su fuente de inspiración es su propia imaginación. Entre ellas figuran temas como la inseguridad, la marginación, los cartoneros, la crisis del 2001, la tragedia de Cromañon.
“Creo que de mi mente salen los fantasmas que pueblan mis cuadros. En ellos intento reflejar, con el peso de mis cuatro décadas de periodista en las áreas políticas y sociales, éxitos y fracasos de nuestra sociedad”, dice un Quirós melancólico mientras repasa fotos como pintor, de la obra que retrata al desaparecido Julio López, Sigan buscándome, testigo crucial del juicio realizado por delitos de lesa humanidad, en abril del 2006, contra el represor Miguel Etchecolatz, inmortalizada en un cuadro de una de las paredes de la Sala de Periodistas de la Cámara de Diputados, sitio donde tantas veces estuvo como periodista.

24/6/08

Ringo y Sally; el amor sin edad


Sally Conforte era una rubia aceptable. Tenía casi 60 años pero conservaba ribetes de una belleza lejana. Al morir, hace casi 16 años atrás, se llevó uno de los secretos más curiosos. Si había sido o no la amante del asesinado boxeador argentino, Oscar Ringo Bonavena. También con la desaparición de Sally se esfumó gran parte de la explicación de la muerte de Ringo. El amor no tiene edad. Sally tenía 26 años más que este boxeador. Dicen que a Ringo siempre le gustaron las mujeres mayores. Para algunos hombres esas mujeres radian experiencia y sensualidad, como si supieran manejar los tiempos del propio cuerpo, sabiendo tocarse, sabiendo hacer sentir hombre al hombre. Que convierten el sexo en algo más que en una acumulación de horas sin anécdotas.
Bonavena conocía los rincones de Manhattan, esa isla gigante que forma parte del mítico condado de Nueva York, en los Estados Unidos. El púgil argentino había desembarcado allí en 1963, a los 21 años de edad. Atrás dejaba sus comienzos en su barrio de Boedo, en la ciudad Capital argentina, a sus hermanos y su madre, -quien había sido como lavandera empleada en la casa de la quien años después sería ministro de Economía de la peor dictadura militar, José Martínez de Hoz.
Hombre de sentimiento y la acción, no del perfil bajo, Bonavena volvería a la Argentina, con apodo nuevo y todo: Ringo por su parecido al baterista de Los Beatles, Ringo Starr. Es que este púgil ya no sería el mismo. Se estaba gestando el ídolo popular.
Los promotores del Ringo boxeador eran sus hermanos. También tuvo otros. Uno fue Joe Conforte, un tilingo empresario de la noche. Allí fue donde Ringo conoció a Sally, que era la esposa de Joe. Por más cinco años la vida de este púgil de la categoría máxima intercalaba combates entre la Argentina y el país norteamericano, timoneaba como podía su matrimonio con su esposa Dora Raffa, sufría su pasión por el club de fútbol del que era fanático, Huracán y coqueteaba con el mundo del espectáculo. De algún modo esto último fue como un salvavidas de plomo para Ringo. Es que dinero y la fama son un arma de doble filo. Ringo se sentía Dios. Las mujeres se le regalaban, la noche porteña o yanqui lo seducían. Además, el boxeo mundial tras la suspensión del hiper campeón Muhammad Ali por su negativa a ser reclutado a combatir en la guerra que los Estados Unidos estaban gestando en Vietnam, era como un reino sin monarca. Igual, la pasión que en Ringo despertaba Sally rompía todo otra tentación. El deseo por tenerla era para Bonavena, más fuerte que las piñas que daba y recibía en el ring. Y eso que Ringo guanteó con todos, desde campeones argentinos como Gregorio Goyo Peralta, pasando por internacionales como Joe Frazier, George Chuvalo, el alemán Karla Mildenberger y el propio Alí, su emblemática pelea. Sucede que cuando las proscripciones culminaron para Muhammad Ali, su regreso al boxeo fue frente a Ringo. El 7 de diciembre de 1970 los ojos del mundo se posicionaron en el Madison Square Garden. Allí también estaba Sally que abrazaba el mismo sentimiento de atracción por Ringo. La pelea fue descomunal. Ringo casi noquea a Alí en el noveno round. Perdería por KO en el último, cuando aún eran 15. Fue un combate inolvidable. Hasta se dio el lujo de llamar gallina al gran boxeador norteamericano, palabras que penetraron como si fueran lava de un volcán para Alí.
Aunque algunos los niegan, tras esa pelea, el empresario de la noche, Joe Conforte comenzó a acercarse más a Ringo. No ya para proporcionarle los vicios nocturnos, sino como promotor de peleas. Arquitecto práctico para levantar una estructura de poder, Conforte intuía que Bonavena era oro en polvo para el mundillo del box.
Desprotegido como los árboles en el invierno, Ringo aceptó. Interpretaba que así podía estar más cerca de Sally. Bonavena siguió combinando su tiempo entre los dos países americanos. Los medios de comunicación y el propio Conforte comenzaron a barajar la posibilidad de la “pela revancha”: Muhammad Ali vs Ringo Bonavena. Así fue como
Ringo retornó a los Estados Unidos en busca del desquite ante Alí. Dicen que mientras Joe quemaba horas en su cabaret Mustang Ranch, Ringo convertía en realidad su deseo de poseer a Sally. Joe siempre intuyó que entre ellos pasaba algo. La noche del 22 de mayo de 1976, en la lenta caída de las sombras, Willard Ross Brymer, cumplió con la orden del mismo jefe que compartía con Ringo: Joe Conforte. Un disparó certero al corazón terminó con la vida de Bonavena.
El 30 de mayo de 1976 con su pecho envuelto en claveles rojos, Bonavena fue velado en el lugar que más sintió suyo, el Estadio Luna Park. Ese día nació el mito del ídolo, popular, superando incluso a los campeones mundiales del boxeo argentino; Ringo era el icono que supo inventarse a si mismo, que supo ser cantante, modelo, actor. Sin embargo, al morir Sally, 16 años después del entierro de Ringo, mucho quedó en tonteo de los secretos. Ringo amaba a esa mujer que podría ser su madre, o en realidad ambicionaba quedarse con los negocios del esposo y manager Joe?, ¿todo fue orquestado entre los supuestos amantes que no eran tales para evitar ser víctimas del negocio del tráfico de drogas que dicen, tenía Joe? Son algunas de las preguntas que flotan en el aire, que rebotan incluso en la estatua –solo dos boxeadores en la Argentina tienen monumentos, el otro es Luis Firpo- que desde hace cinco años atrás ilumina el recuerdo del ídolo frente a la sede de su querido Club Huracán.

16/6/08

El peligro del miedo


Amada y odiada, el 26 de julio de 1952, a los 33 años de edad fallecía una de las mujeres más importantes de la historia mundial y de la Argentina; la señora esposa del entonces presidente de la República. La denominada Jefa Espiritual de la Nación, la Abanderada de los humildes; la Dama de la Esperanza; su nombre Eva Duarte de Perón, Evita para su pueblo.
El Poder Ejecutivo a cargo de su marido decretó duelo nacional por un mes. Cerraron los cines, los teatros y todos los espectáculos. Las radios transmitían exclusivamente música fúnebre.
Fue velada durante 12 días bajo la Cúpula del Ministerio de Trabajo. Desfilaron medio millón de personas ante su féretro, que contenía su cuerpo víctima del cáncer momificado. Las flores de todo el continente se agotaron. Pero algo más llamó la atención a Jorge Taiana, el médico que acompañó los últimos días a Evita.
Ese día al profesional sigilosamente se le acercó un cabo fornido y regordete de la Policía que formaba parte de la custodia del eterno velorio. Al oído le susurró:
“Doctor, necesito hablar con usted. Sufro un estigma desde hace semanas. Cuando Evita empeoraba, yo también me enfermaba, cuando ella se alivió, yo también mejore. Quise ofrecer mi sangre para las futuras transfusiones; doctor que pasarán con mi cuerpo y espíritu ante la muerte de la Señora”.
La madrugada del 1 de julio de 1974, ese hombre, José López Rega, conocido como el Brujo por su afición al umbanda, personaje siniestro si los hay en la larga historia argentina, volvería a cruzarse en la vida del doctor Taiana, pero esta vez como ministro de la presidenta Isabel, la segunda esposa de marido de Evita y con mucho poder público.
Habían pasado más de veinte años de aquel encuentro con ese policía que había dejado estupefacto al médico Taiana. El gobierno de Isabel no pasaba por el mejor momento. Y la mayoría de los dirigentes peronistas y opositores, apuntaban su bronca al el ex cabo López Rega, devenido en ministro de Bienestar Social y consejero del Presidente Juan Perón y la vice, su esposa Isabel: El primer mandatario agonizaba en esa mañana del primer día de julio del 74. Taiana sabía que la muerte era inminente; el General era un gran fumador y sus pulmones estaban reventados. Rodeado de enfermeras, Taina atendía las necesidades con la más extrema dedicación. De pronto un intruso abrió el lecho de muerte de un portazo.
“Quiero retener al General en esta tierra... o mi Faraón, siempre le di mis energías. Quédese conmigo, quédese, o mi señor, volvamos como antes’, repetía a los gritos el Brujo López Rega.
Inmediatamente, Taiana expulsó a Rega. “Váyase, por favor, deje al paciente tranquilo”, mientras el Brujo zamarreaba de las piernas al Presidente bajo el grito de “quédese en mi poder Faraón, o mi señor, quédese ante mi”.
Las últimas palabras de Juan Perón antes de entregarse en brazos del médico Taiana fueron: “Doctor, me voy de esta vida... Esto se acaba... Mi pueblo... Mi pueblo...”. Fueron sus últimas palabras.
La futura sucesora en el cargo por mandato constitucional, Isabel, presenciaba la dramática escena. Y otra vez, el Brujo estaba presenciando ante los ojos del médico Taiana una muerte trascendental para el país como lo fue la de Eva en 1952.
La historia es conocida. Isabel de Perón nunca estuvo a la altura de las circunstancias, y los militares fueron ganando espacio a pedido de un gran sector de la sociedad. La estocada final sería el 24 de marzo de 1976 cuando asaltaron el poder los representantes de grupos monopólicos afines corporaciones extranjeras. Civiles que usaron a los militares traidores al legado del Ejército Libertador de José de San Martín. Siete años del peor de los terrores se adueñarían de los argentinos. Comenzaba el hundimiento de la Argentina que necesitó del peronismo, mediante el menemato para aniquilar la Patria. Y en el proceso de volver a ser lo que fuimos, otra vez el peronismo, vuelve a tomar la posta. Unidos o dominados.

8/6/08

Jorge; el abuelo que no dejaron ser

(*)
El barco proveniente de Polonia amarró en el puerto porteño una mañana lluviosa de 1931.Los padres del pequeño Jacobo estaban huyendo de los estragos que había dejado el huracán que fue la primera Guerra Mundial en toda Europa. Así fue como en estas pampas, la familia se radicó y Jacobo aprendió a adaptarse. A pesar que sus padres eligieron para vivir el barrio porteño de Villa Luro, Jacobo se hizo hincha del Racing Club de Avellaneda y se hacia llamar Jorge. Años después nacieron sus hermanos argentinos Enrique, y las nenas Ana, Cecilia y Rosa. Cerca de los 20, el ahora Jorge conoció a Teresa, una rubia tres años menor que él. Al poco tiempo se casaron y vaya coincidencia; la futura esposa de Jacobo también era oriunda de Polonia. Las causalidades y algo más de necesidades hicieron que el barco que transportaba a Teresa no siguiera curso a los Estados Unidos y virara hacia la Argentina. De esa unión, en pleno gobierno peronista de los cincuenta, nacieron Eduardo y Susana. Los dos hermanos se criaron en la misma casa de Villa Luro, donde se habían crecido el ahora papá Jorge y los flamantes tíos. Ere era el deseo de los padres de Jorge –los abuelos de Eduardo y Susana- para equilibrar un poco la balanza. Sucede que Jorge, quien era el mayor tuvo que salir a trabajar desde muy chico, mientras que sus hermanos corrieron mejor suerte y pudieron estudiar en la Universidad. Así era la cosa; Jorge era un polaco pobre en la Argentina, pero muy feliz. Los años se sucedieron, Jorge saltaba de oficio en oficio, y naufragaba en sus proyectos laborales –como lo fue montar una de fábrica de guantes- mientras sus hermanos, la dentista Cecilia y el médico Enrique, facturaban dinero mediante el ejercicio de sus profesiones y el éxito en sus diversos comercios. Jorge no sabía lo que era le envidia. Admiraba a sus hermanos y la realidad de estos; ellos eran el espejo que Jorge quería para sus dos hijos. Que estudien. Y así fue; Eduardo y Susana entraron a la Facultad. Amigo de sus amigos, bonachón, siempre al lado de su Teresa, Jorge era un hombre feliz. Los años se sucedieron en armonía. Fines de los 70, mientras la Argentina sucumbía en las peores de las represiones de la que sería la última dictadura militar, Jorge recibiría de parte de su hija Susana una de sus últimas alegrías; recibirse de abuelo con la llegada de su primer nieto. “Soy un nono joven y feliz”, repetía hasta el cansancio con esa voz de lija que tenía por tantos años de sus cigarrillos Particulares sin filtro. Es que sentía que a los 53 años la vida le sonreía; tenía a su nieto, sus hijos avanzaban en los estudios, y ya no sentía celos, sino todo afecto hacia su yerno Mandi. De nada importaba trabajar como un condenado en la perfumería de uno de sus hermanos, que seguían cosechando éxitos, invirtiendo en negocios y en propiedades. Esa primavera de Jorge duró casi seis años, porque un día, apagaron su llama. Entre abogados y juicios de por medio, su corazón y cabeza no soportaron que sean sus propios hermanos, su misma sangre, ellos, los “exitosos”, quienes lo intimaban a abandonar la casa de Villa Luro, esa que los vio estudiar, mientras Jorge trabajaba todo el día.
- Acá no entras, rata.
- ¿Vos quien sos para impedir que despida a mi hermano?; voy a llamar a la policía, ya vas a ver.
- Llama a quien quieras, pero vos, asesino, acá no entras.
Enrique no tuvo más remedio que irse. Mandi, flaqueado por su eterno amigo José –padrino del primer nieto de Jorge- no iba a dar el brazo a torcer. Juró ante la tumba de su suegro que en su velatorio no iban a entrar sus propios verdugos… por más que tengan la misma sangre.
- Fue mi hermano. Y lo quiero despedir.
- Callate, tortillera. Si ustedes dos quisieron dejarlo en la calle. Acá no entras… repicó Mandi cuando minutos después, Cecilia quiso “despedir” a Jorge.
De esta triste historia se están por cumplir 25 años. Los nombres, al igual que el Apunte no son ficticios. Si viviera, hoy Jorge tendría unos 84 años. Muchas preguntas quedaron en el tintero. ¿Hubiese sonreído más la abuela Teresa?, ¿seguiría siendo tan compinche de su primer nieto?...Eso sí, la Justicia divina se encargó de los “hermanos exitosos”. Murieron muy jóvenes por extrañas enfermedades.

(*) La foto pertenece a la obra del artista de pintura digital, el periodista Carlos Quiros