28/3/13

Contragobierno


Se los puede llamar "contra gobierno". A ese conglomerado de cien familias que manejan el mundo. Que sacan, matan, derrocan y ponen presidentes y líderes en todos los países para que les sean afines a sus negocios.
El modus operandi se les facilita desde la globalización mundial y la llegada de Internet. Hacia el presente y adelante, las vías fueron y son dos: por un lado, en los medios de comunicación y por el otro desde el libre mercado, la división del trabajo, la venta de materias primas sin industria. Hacia atrás, un fuerte proceso de culturización de las mentes y hacia adelante, más contragobierno. Contragobierno sería aquella actitud sistemática de repudiar el discurso y en los hechos, bicotear e intentar trabar toda iniciativa de gestión de un gobierno que no haga lo que esas familias pretenden que haga en su propio beneficio. Un beneficio individual y de unos pocos. Los demás no importan porque para los desclazados, los rebeldes, los que se opongan, para ellos estarán las fuerzas represivas del Estado, llámese policía o Ejército.
Eso es el contragobierno. Y reina en todo el mundo. En la Argentina se nota más. No debe existir tierra con tanto interés como la argenta. Siquiera el desierto de Australia o la elite canadiense. Tiene los mejores paisajes, los cuatro climas, el potencial desarrollo de economías regionales. Es el corazón del sueño de la Patria Grande. Para sus planes, el contragobierno posee enemigos locales -es decir, las corporaciones que siempre jugaron al chiquitaje, los medios, la Iglesia, los empresarios, los sindicatos, los jueces, el aparto del peronismo bonaerense incrementado tras la reforma constitucional de 1994- funcionales a un enemigo estratégico que es el corazón del contragobierno: las mencionadas cien familias.
Al contragobierno no se lo vé, pero está. Ahora, al menos, a la corporación de los medios argentinos funcional a ese enemigo, se lo llama "Magneto", en alusión a ese desarrollista que de la mano del dirigente Rogelio Frigerio aterrizó en el diario Clarín a finales de la década del 60 poco después que el fundador del matutino, el abogado y ex ministro de Gobierno bonaerense en la época de la "década infame", Roberto Noble, se muriera. Diario que creció sostenido por un contragobierno que apoyó una dictadura civil y militar a fines de los 70; que se quedó con el papel -Papel Prensa- y como no les alcanzó a pesar de matar a todos y fundir el país, ese de tantos intereses, necesitó del peronismo, tras el fracaso radical al regreso de la democracia en 1983, con la traición de Carlos Menem a la Patria. Así, Clarín pasó de ser un diario federal con asiento unitario en la ciudad de Buenos Aires a ser una corporación pone y saca dirigentes políticos funcionales al contragobierno estratégico que necesita de una Argentina de rodillas al mundo. Una Argentina dormida, hipnotizada con los culos de Tinelli, el empresario televisivo que se gestó en los años 90.
La Argentina no debe despertar. El plan del contragobierno. Porque de lo que sería la Argentina emergió el intento de independizarse del contragobierno, tras el 25 de Mayo de 1810, una revolución chica, de espalda a un pueblo pero con mirada grande hacia toda la América. El sueño trunco de San Martín y Bolívar. El anhelo de Belgrano, el mejor de todos y de su colega Mariano Moreno. La guerra contra el contragobierno sigue y la antorcha de la lucha la tomó el fallecido Hugo Chávez. La guerra por la Independencia no se repite, continua.
Porque el contragobierno fluye de los ríos subterráneos y emergen ante cada intento de ser un  país soberano. La condena de la Argentina, la América del Sur porque la del Norte logró superar, al menos en un momento, al contragobierno. Ahora, aún a pesar de Obama, que ve perecer a su país. La caída del Imperio hace rato comenzó.

El contragobierno al que le responde una prensa local, Clarín y La Nación, el legado de Bartolomé Mitre, el gran traidor argentino funcional a intereses ingleses. El cómplice de la genocidio paraguayo, el triunfo unitario, el escriba de la Historia Oficial, el que dejó quietito al lado del maztil a Belgrano, el que tiraba los cadáveres tras el coléra pos guerra guaraní en las aguas del Paraná contagiando a las provincias, el que destruyó el plan de Operaciones de la Revolución de Moreno a instancias de su colega Belgrano. Esa prensa tradicional vocera de una minoría de apellidos con estatuas y avenidas inmerecidas impuesta por los vencedores de Caseros, las bombas en Plaza de Mayo casi un siglo después, la dictadura genocida del 76 al 83 con la guerra de Malvinas de agregado y la crisis 2001 tras el pacto menemismo-duhaldismo con la Alianza. Los "ismos" argentinos muerto Perón en 1974.
Enfrentar al contragobierno viene sucediendo hace cientos de años. Y está transcurriendo hoy. Son batallas políticas, culturales y económicas en torno al campo estratégico que son los medios de comunicación en la era de la globalización tecnológica.
La preeminencia del capital financiero especulativo internacional en el seno de la estructura hegemónica del poder mundial ha hecho que Estados Unidos y sobre todo la Unión Europea adopten para si, parcialmente, las mismas recetas económicas que -como ideología de dominación- le habían aconsejado a los países periféricos como la Argentina. Este y no otro es el hecho principal que ha llevado a la crisis estructural que hoy atraviesa el poder Euro-estadounidense y que hace que los sectores populares comiencen a conocer los rigores de la explotación económica en carne propia, una situación de la que habían logrado librarse después de la Segunda Guerra Mundial con la construcción del llamado Estado de Bienestar que esta regresando mal que le pese al contragobierno.
La identidad reclama descubrir el pasado, reinterpretarlo, declarar la guerra a la mentira interpuesta contra ese contragobierno, sostenido por quienes escribieron y defiende la historia oficial, los Mitre y el diario La Nación y su cómplice Clarín y sus negociados en Papel Prensa.
...siempre y cuando sigamos enfrentando, conociendo, sabiendo, queriendo, siendo nosotros, pensando de aquí para allá y no de allá para acá, al "contragobierno", ayer llamados unitarios, después conservadores, oligarcas, contreras, derecha...hoy y siempre llamado, .

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2/3/13

Pelota ferroviaria


El ferrocarril inglés que comenzó a transitar suelo argentino como proyección económica de la Corona, sería el difusor de un pasajero de lujo que iba a quedarse para siempre: el fútbol.

No sólo la pelota viajó en tren. Primero lo hizo en barco.

Fueron también los marinos ingleses los que se entretenían en los puertos porteños –como el de La Boca- con ese juego. Un juego que las locomotoras, que comenzaron a soplar a poco de la pro británica batalla de Caseros en 1852, fueron distribuyendo con cada estación, en particular en la provincia de Buenos Aires.

La génesis del sistema agroexportador e importador de manufacturas británicas -en desmedro de las economías regionales incipientes que defendía el rosismo-, tuvo por grato acompañante el fútbol, pasión de los ingleses. Una rareza en todos los sentidos.

La red ferroviaria argentina comenzó en 1855, al firmarse seis diferentes contratos entre empresas inglesas y la provincia de Buenos Aires, separada hacía tres años de la Confederación.

Buenos Aires, esta ciudad, era su capital.

En 1857 se inauguró la primera línea férrea, que pertenecía a la Sociedad Camino de Hierro del Ferrocarril Oeste, un grupo de ingleses.

Era un ferrocarril trazado al estilo tarántula a lo largo y ancho del sector del país que permitía llevar la producción agropecuaria y materias primas a la ciudad/puerto para la posterior proveeduría de barcos hacia Inglaterra, según descripción del investigador Raúl Scalabrini Ortiz en su "Historia de los Ferrocarriles".

Tenía anexada, además, la fundación de escuelas inglesas para los hijos de recién llegados o que nacerían en tierra argentina y el plus de fomentar la práctica de ése y otros juegos deportivos.

Reintegrada Buenos Aires a la Confederación, en tiempos del vicepresidente tucumano Marcos Paz al frente del Poder Ejecutivo nacional –el presidente Bartolomé Mitre estaba ocupado en la vergonzosa Guerra del Paraguay-, el 20 de junio de 1867, los hermanos británicos Thomas y James Hogg impulsaron el primer partido del deporte incipiente de pegarle con los pies y la cabeza a una esfera de cuero, sin poder tocarla con las manos salvo un solo jugador, el goalkeeper (es decir, el arquero).

Fue en el Buenos Aires Cricket Club, cerca de los Bosques de Palermo, próximo a lo que hoy es el Planetario porteño.

Casi veinte años después, en plena formación del estado nacional roquista y al calor de las cientos de muertos porteños y bonaerenses de la guerra civil por la cual el interior le arrancó Buenos Aires a la provincia para que sea la capital de todos los argentinos, la Municipalidad porteña cedió un terreno al inglés Alejandro Watson Hutton.

Era Hutton un recién llegado amante del football que fundó el English High School para los hijos de sus coterráneos también recién llegados.

Esa decisión terminaría posibilitando la aparición de un mítico campeón del fútbol nacional: el club Alumni. Este equipo saldría campeón durante los doce años que jugó hasta 1912, cuya base la conformaban los hermanos Brown.

Estatua del máximo goleador de Boca Juniors de su historia: el gran Martín Palermo.
El 20 de junio de 1902, uno de los Brown, Jorge, fue autor de uno los goles en la victoria de la selección nacional contra del Uruguay (3 a 1).

En  1891, a instancias de Hutton, la Argentine (sic) Association Football League –futura Asociación del Fútbol Argentino - organizó el primer campeonato que se disputó en Buenos Aires entre el 12 de abril y 6 de septiembre  y tuvo dos protagonistas de la zona sur: el Quilmes Rovers (motivo por el cual el Quilmes Atlético Club, fundado el 27 de noviembre de 1887, es hoy el decano del fútbol argentino) y el otro, el Lomas Athletic Club, ya desaparecido.


En materia de fútbol, sólo veinte años separan a la Argentina de Inglaterra, donde los campeonatos comenzaron en 1872.

El primer presidente de la Nación que acudió a ver de qué se trataba fue Julio Argentino Roca. El partido fue el 26 de julio de 1904 cuando se enfrentaron el criollo Alumni y un poderoso visitante, el inglés Southampton, cómodo vencedor.

Era en tiempos en que Alumni comenzaba a destacarse del resto de sus contendientes locales: Belgrano Athletic Club, Lomas Athletic Club, Barracas Athletic Club, Quilmes Rovers y Palermo Athletic Club, a los que sumarían Banfield (fundado en 1896) y Estudiantes de Caseros (fundado en 1898).

Los grandes del fútbol –Boca, River, Independiente, Racíng y San Lorenzo- andaban en pañales por entonces.

Boya de balizamiento cerca del club Alvarado en Mar del Plata.
Para 1900, Quilmes comenzó a ser Athletic y en 1912 –año de la ley Sáenz Peña- ganó su primer campeonato, al contar con una poderosa escuadra que incluyó jugadores del gran Alumni, entre ellos los hermanos Brown. (Sólo La Nación publicó la noticia de la disolución de Alumni, en abril de 1913).

En 1899 nace Argentino de Quilmes; el club de la barranca (que hoy parece estar igual que a principios del siglo XX) fue un natural desprendimiento de los hijos de esta tierra frente a tanta cerrazón de los ingleses, incluyendo usos y costumbres como el famoso the five tea o’clock . Por eso, el símbolo de Argentino de Quilmes es el mate con bombilla y los colores de su camiseta a rayas verticales son los colores de la bandera argentina.

En 1906, Quilmes y Argentino de Quilmes protagonizaron el primer clásico del fútbol argentino, en el que los criollos dieron batalla pero fueron derrotados por tres a uno.

Al cumplirse el cincuentenario de su primer campeonato, Quilmes extirpó la hache de su nombre completo cuando los ingleses ya eran un remoto recuerdo.

El otro viejo, Gimnasia y Esgrima de La Plata, nació el 3 de junio de 1887 pero prefería más la punta del florete que darle un puntinazo a la de cuero con tiento, como haría después. Gimnasia se incorporó al fútbol en 1901, lo que le permitiría diez años después disputar los torneos tras los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910.

En 1909 debutaron los cuatro de Santa Fe: Rosario Central y Newell´s , de la ciudad de Rosario y Colón y Unión, de la ciudad de Santa Fe. Para 1911 se sumaron Tiro Federal, sin olvidarse de Central Córdoba, club hijo también del ferrocarril rosarino.

Con el comienzo del siglo de las guerras, llegarían River Plate (1901), Racing de Avellaneda (1903), club que diez años después ganaría siete títulos seguidos con lo que se ganaría el apelativo de Academia;. Independiente de Avellaneda (1904) y Boca Juniors (1905). A la lista podría sumarse Ferrocarril Oeste (1903), Platense (1905), San Telmo (1904), San Lorenzo y Huracán (1908) y Vélez Sarsfield (1910), por citar sólo algunos.

Meses antes que el radical Hipólito Yrigoyen se convirtiese en el primer presidente elegido por los hombres en democracia –las mujeres tardarían hasta el peronismo de 1951-, del 2 al 17 de julio de 1916 se disputó en Buenos Aires el primer torneo sudamericano entre la Argentina, Uruguay, Brasil y Chile.

De esas primeras versiones, los uruguayos obtuvieron tres cocpas y Brasil una.

Las puertas a Europa las abrió Boca en 1925 un año antes de inaugurar su primer estadio –que no era la emblemática Bombonera, que llegaría a fines de los treinta- con la presencia del entonces primer mandatario, Marcelo Torcuato de Alvear.

Los encuentros boquenses eran transmitidos por la desparecida Radio Prieto, la misma que eclipsó la atención de los porteños dos años antes con la pelea por el título de los pesos pesados entre Jack Dempsey y Luis Angel Firpo.

Tras la gira, Boca fue declarado Campeón de Honor.

Huracán la rompió en 1928, Gimnasia de La Plata obtuvo el título en 1929 y Boca se convirtió en el último campeón del amateurismo de 1930, año en que derrocarían a Yrigoyen y comenzaría la Década infame.

La obtención de la medalla de oro en las Olimpíadas de París de 1924 fue el trampolín para determinar que Uruguay fuese el organizador del primer Mundial de Fútbol de 1930, que obtendría que obtendría al vencer en el clásico a la Argentina, antecedente que debería ser festejado con un Mundial repartido entre las orillas del Plata al cumplirse un siglo.

Fue por entonces cuando presidente de Quilmes, Guillermo Jordan, -el club ya era el decano del incipiente fútbol- alumbraba en febrero de ese año un secreto a voces: que desde hacia años existía un profesionalismo encubierto en perjuicio del deporte, de los intereses legítimos de los clubes y de los propios jugadores.

Con el profesionalismo, cambió el curso de la actividad. El fútbol fue dejando el estilo inglés y creciendo con uno propio, mientras se multipñicaban por todos los rincones la fundación de clubes, estimulados también por la llegada de inmigrantes europeos que escapaban de la miseria y las guerras.

Un fútbol que tuvo un punto de inflexión en el fracaso del Mundial de Suecia (1958), que logró su primer título en plena dictadura aquí, en 1978, y que tuvo su máximo esplendor en Diego Armando Maradona (campeón mundial en México, 1986), en los primeros pasos de la recuperada democracia.

Un fútbol con el que la Argentina, como mínimo, está a la altura de sus maestros.


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