7/11/12

! El verdadero "Chila"¡



Hay crónicas de valientes y patriotismo que la historia oficial no quiso ni quiere contar. Están ahí, solo hay que desempolvarlas. Están ligadas a un camino que buscar nutrir una currícula histórica que necesita todo país para comprender su identidad. Es necesario conocerlos.
Una de esas crónicas se eternizaría hacia el final del caluroso día 3 de febrero de 1852, en los tiempos en que Justo José de Urquiza ingresaba triunfante por las gelatinosas calles de la gran aldea que era Buenos Aires, asiento del poder político y económico desde la época del Virreinato rioplatense, flaqueado por una tropa en su mayoría gestada de soldados brasileros quienes no precisamente defendían los intereses de una Argentina en formación.
Foto del 17/08/2012 en Palacio del Congreso Nacional.


Es la escena cinematográfica que se repite en postales a lo largo de la historia nacional, entre perseguidos, censurados, fusilados, ahorcados, colgados y despojados en la lucha por dos países; el industria, soberano y pujante y el subsumido al monocultivo y al venta de materias primas dirigido por una clase ociosa. El primero fue en Caseros, en 1852. Miente Urquiza cuando dice que no hay vencedores ni vencidos. No será la primera vez que ocurra a lo largo del la historia. El caudillo entrerriano ordena fusilar a los derrotados. Entre los vencidos, está un patriota que es respetado por propios y ajenos. Su nombre, Martiniano Chilavert.
Esta es la crónica de un valiente que el relato mitrista nunca difundió a fondo: un hombre cuya figura péndula entre en dos batallas que ofician de punto de inflexión en el lugar que les quepa en la historia. Las dos ocurren un caluroso 3 de febrero. El del año 1813, la batalla de San Lorenzo, la gesta epopeyita de José de San Martín para terminar con la flota española de elite de Montevideo y cuarenta años después, en la batalla de Caseros, escenario de una guerra imperialista contra la Argentina, guiada por el pro británico, Justo José de Urquiza.
Un Martiniano Chilavert quien también recorre el camino inverso de su futuro superior militar, José de San Martín; de acá para allá y de allá para acá. Se fueron como niños; regresan enfundados como guerreros. Son las espadas de la Revolución de Mayo. Chilavert es hijo de esta tierra. Lo acompañan su padre y su hermano mayor, José Vicente, los tres pasajeros del buque Canning. Todos soldados que combatieron en Europa ahora fondean en las aguas del Río de la Plata junto a su futuros jefes militares, San Martín,  Carlos María de Alvear y Matías Zapiola.
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá; ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!”, repetía a quien quiera oírlo, el soldado Chilavert, cuyo debut fue ser uno de los 120 granaderos que empujó a los realistas hasta el río Paraná en las barrancas de San Lorenzo. No siempre Chilavert estuvo del lado acertado en el almanaque de la historia como ese verano del 13. Peleó junto a Alvear y también en el ejército de  la espada sin cabeza de Lavalle.
Supo combatir a los brasileros nervosamente en la gloriosa jornada de Ituzaingó. Creyó en el unitarismo y no dudó en combatir a Rosas en cada escenario donde se encontraron;  Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires. Si en 1821 renunció al Ejército fue para completar sus estudios de ingeniería. Fue docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la fundación del pueblo bonaerense de Bahía Blanca aportando sus conocimientos de ingeniería.
Un homenaje a la hermana República de  Bolivia
Se reincorporó a las armas en 1826 para luchar en la guerra contra el Imperio del Brasil, alcanzando el grado de Sargento Mayor en la artillería. Dirigió una batería sobre el río Paraná y combatió en el regimiento de infantería de Tomás de Iriarte en la campaña al sur del Brasil. Creyó en Lavalle cuando este fusiló al “padrecito de los pobres”,  Manuel Dorrego, en diciembre de 1828.
Hay un antes y un después en la vida de Martiniano. El momento es que se da cuenta que ha estado del bando equivocado. Justo él, que es un patriota.
“Hace tiempo que veo que la guerra que usted hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas, ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”, le escupió en la cara a Lavalle y sus demás jefes militares.
El punto de inflexión es cuando la escuadra inglesa/francesa tomó con su flota el puerto de Buenos Aires. No importaba que el destinatario de la bronca imperialista era porque Rosas no exceptuara a los ciudadanos de ese origen del servicio militar. En juego estaba la Patria. Como en 1812 cuando la Revolución mermaba y regresaron de España; igual que en 1813, en el convento de San Lorenzo (doc9/link), o en la Guerra contra el Brasil.
En julio de 1845, cuando las fuerzas navales de Francia y Gran Bretaña volvieron a bloquear el puerto de Buenos Aires, apropiándose de los buques argentinos capitaneados por Guillermo Brown y esparciendo el ataque más allá de las aguas hasta que en noviembre la flota invasora decidió abrir y violar el río Paraná, es otro episodio que merma en la vida de Martiniano. El día 20 de Noviembre, llegó a la Vuelta de Obligado, donde el general Lucio N. Mansilla había atado una pila de pequeñas embarcaciones con cadenas para impedirle el paso a los enemigos y para que los buques criollos, “Manuelita”, "Brown",“Mansilla” y “Rosas”, en desigual de condiciones, preparan la defensa de la soberanía nacional.
Las crónicas de aquellas épocas relatan que las tropas argentinas se batieron con alma y vida hasta quedar sin municiones y que los invasores vencieron por la superioridad numérica y por la tecnología de los nuevos barcos de guerra al calor de la Revolución Industrial. Los invasores lograron quebrar la resistencia argentina pero a un alto costo. Se adentraron en el Paraná, pero unos meses después debieron retroceder porque la hostilidad de los puertos interiores era insoportable. La epopeya de la Vuelta de Obligado significó, un orgullo nacional, un triunfo de Rosas, quien ostentaba frente a sus enemigos unitarios que apostaban por los extranjeros desde Montevideo y desde las ciudades del sur de Brasil.
Martiniano es un patriota. Entre los intereses del extranjero y la política particular rosista, opta por apoyar al Restaurador.  “Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia; puede entrar en los ríos, asesinar a cañonazos, destruir nuestro cabotaje; todo eso, y mucho más que falta aún, es permitido a los civilizadores”, dispara Chilavert desde su lugar –y vaya el nombre que tanto lo identifica¡- la ciudad de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, en Brasil.
Quien supo ser el Jefe del Estado Mayor de Juan Lavalle en su “Campaña Libertadora” hacía muy pocos tiempo, deja de ser un unitario. Sigue obedeciendo a San Martín, exiliado hacia tiempo en Europa. Acompaña el gesto del Libertador de apoyar a Rosas en su defensa de la soberanía nacional frente a las potencias extranjeras. Si el viejo general lega su sable, Martiniano, su valentía.
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido a quien servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y la Francia se realizó en los negocios del Plata, y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio”, dice Chilavert (doc9/link).
“Todos los recuerdos gloriosos de nuestra inmortal Revolución en que fui formado se agolpan; sus cánticos sagrados vibran en mi oído. Sí, es mi Patria, grande, majestuosa", lo siente el soldado Martiniano.
Para 1847,  Chilavert ya se encuentra en Buenos Aires. El gobernador Rosas le da el alta en el Ejército de la Confederación y le mantiene el cargo de coronel. Hace casi 20 años que Martiniano no pisa suelo argentino. Sabe que los unitarios, sus viejos compañeros de armas que tanto lo admiran, lo desprecian. Los nuevos, los federales, desconfían de quien fuera el segundo jefe detrás de Lavalle. Otro mes de febrero nutre el legajo histórico de Chilavert. Ya como soldado federal, el 26 de ese mes de 1850, presencia junto a otros porteños los veinte cañonazos que la escuadra francesa e inglesa otorga a la Argentina en desagravio por la invasión en Obligado. Chilavert es ahora un federal, un patriota que defenderá las causas nacionales.
“No entremos como guerreros, entremos como comerciantes”, sentenciaba el político y asiduo ministro de Relaciones Exteriores inglés, George Canning en 1807. Los ingleses cuando quieren ejercen la diplomacia, y sino la complicidad a través de la astucia. Pedro II del Brasil, alias “El Magnánimo”, puede ser funcional a los intereses británicos. Hay que destruir a Rosas y abrir los ríos a las potencias. Urquiza ya esta comprado. Recibe 20 mil pesos. No es el único. El autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes cobra 200 mil pesos y acepta asumir como gobernador de Buenos Aires; la lista sigue en los militares que acompañan al entrerriano: el Tte. Cnel. Hilario Ascasubi, 10 mil; Cnel. Manuel Escalada, 100 mil;  Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid, quien supo pelear al lado del honesto Manuel Belgrano durante las gestas por la Independencia, recibe 50 mil; el gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, 224 mil; el Gral José M. Galán , 250 mil y el porteño Cnel. Bartolomé Mitre, 16 mil. (x)
 Pedro II gobernó casi sesenta años el Brasil. Será el orquestador visible del Ejército Grande. El corrupto Urquiza su ejecutor. Inglaterra dirige de las sombras. La Confederación argentina debe ser destruida.
El mismo tridente de la batalla de Caseros de 1852, pergeñará la antesala de la Guerra del Paraguay una década después. Son Inglaterra, Pedro II y Urquiza. El argentino, tiempo antes de entregar la victoria a Mitre (1861) y más de una década atrás, el 29 de mayo de 1851 firmaba con los uruguayos colorados y Pedro II una Triple Alianza para vencer al presidente uruguayo, Manuel Oribe, y derrocar a Rosas. Es una traición al federalismo provinciano frente al unitarismo porteño. Ricardo López Jordán le escribe a su comprovinciano:
"Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigo”. Urquiza morirá asesinado por traidor en 1870. López Jordan lo ajustició.
Chilavert carga sus armas. Por la Revolución, regresó a su Patria en 1812. Va a morir por ella en 1852. También los anhelos de un país pujante se van con Martiniano.
“El deber de defender a la Patria es indiscutible. Yo no sabría dónde ocultar mi espada, la que la Patria puso en mis manos, si hubiera que envainarla frente al enemigo y sin combatir, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño”.
Son las últimas palabras frente a sus compañeros de armas, los soldados federales.
La batalla duró media hora. Por la noche del 4 de febrero de 1852, Rosas renunció y se escabulló en una corveta camino a Inglaterra. Urquiza, los unitarios y los brasileños son dueños de la Confederación Argentina. Chilavert es encarcelado. Urquiza pide hablar con él. Fue el último en rendirse, el último en escupirle al líder entrerriano en la cara que era un traidor, que había recibido 100000 pesos de los brasileños para volverse contra su país. Urquiza lo mandada a fusilar.
“Tirad, tirad al pecho, hijos de puta”, acribillaba con su voz a los matadores; “al pecho, cagones, ¡que así muere un hombre como yo!”. Martiniano no se entrega hasta caer muerto por la balacea que masilla de plomo todo su cuerpo.
Martiniano Chilavert resume dos batallas imprescindibles para comprender la historia argentina. Es un defensor de su bandera, un enamorado de su Patria. Estuvo en el bando equivocado mucho tiempo, víctima de las propias confusiones guiadas por los intereses de otros. Supo, dejar sus diferencias personales con Rosas cuando se permitió conocer, comprender, entender, saber que los proyectos de los extranjeros no son los propios.
La historia mitrista escondió el legado de Martiniano. Levanta estatuas y nombres de calles de quienes empuñaron sus armas contra la Argentina. Ahí está la figura de un Urquiza ecuestre en colosal monumento porteño incrustado en los antiguos dominios rosistas del barrio de Palermo.  Una pequeña calle en el barrio capitalino de Nueva Pompeya recuerda al soldado Chilavert. Contradicciones de esta Argentina que sigue buscando  su identidad.


Fuentes consultadas:
(x) Historia Argentina, de José María Rosa.




2 comentarios:

OScarcito dijo...

Que claridad Doc, que historia la nuestra¡que bajón lo que usted informa en este Apunte

La Roca (Resumen de los diarios gráficos) dijo...

Si Doc, es asi y bien por citar la fuente de José Maria rosa. Y anoche me acordaba, que distinto fueron las manifestaciones del Bicentenario hace más de dos años y medio atrás. Que pobreza. Lo felicito por contar quien fue Martiniano chilvert. Abrazo